LOS FARISEOS: MEJORES “CRISTIANOS” QUE NOSOTROS
Rubén Chacón.
¿Cómo? ¿Qué los fariseos fueron mejores “cristianos” que nosotros? Imposible. Seguramente esto es lo que estás pensando. Lo que pasa es que a raíz de las fuertes, categóricas y contundentes palabras de Jesús contra los fariseos –y también contra los escribas–, nos hemos formado una imagen tan distorsionada de ellos que resulta inverosímil y hasta escandalizadora una afirmación como ésta que sirve de título a este artículo.
En efecto, según el testimonio del Nuevo Testamento, los fariseos –junto con los escribas- se hicieron acreedores de las más recias, duras y lapidarias palabras que jamás Jesús pronunciara contra persona alguna. Debido a esto, la mayoría de nosotros ha satanizado hasta tal punto la imagen de los fariseos, que no sería extraño encontrar hermanos que –dada la dura crítica de que fueron objeto por parte de Jesús- piense que los fariseos, poco menos, que eran unos borrachos, ladrones y adúlteros. Pero nada más lejos de la verdad. Los fariseos eran mejores “cristianos” que nosotros o, por lo menos, que muchos de nosotros.
“Los fariseos eran un movimiento laico que se había formado en la primera mitad del siglo II a. C. en la lucha contra la helenización. Sus miembros procedían de todos los sectores y estratos de la población... Tan sólo sus dirigentes eran escribas... La meta del movimiento farisaico aparece clarísimamente en uno de los preceptos de pureza impuesto a todos los miembros: el de lavarse las manos antes de las comidas (Mc 7, 1-5). Este lavado no era sencillamente una medida higiénica, sino que originalmente era una obligación ritual que sólo correspondía a los sacerdotes. Los fariseos, a pesar de ser laicos, se obligaron a observar estas prescripciones sacerdotales de pureza. Con ello daban a entender (siguiendo Ex 19, 6), que ellos representaban el pueblo sacerdotal de la salvación, al final de los tiempos. A esto aluden también las denominaciones que los fariseos se aplicaban a sí mismos. Se llaman a sí mismos los piadosos, los justos, los temerosos de Dios, los pobres y, con preferencia, 'los separados'... Por consiguiente, los fariseos pretenden ser los santos, el verdadero Israel, el pueblo sacerdotal de Dios”
De este celo santo por constituirse en el verdadero Israel de Dios en medio de la apostasía del pueblo, da cuenta el propio Señor Jesucristo:
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: la justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello.
Siempre que citamos esta Escritura nos fijamos en aquello que carecían los fariseos. Pero por un momento pongamos atención en lo que sí estaban correctos. ¿Qué te parece? Los fariseos diezmaban hasta de la menta, el eneldo y el comino. ¿Quién de nosotros diezma hasta de los aliños de la despensa? Ninguno ¿verdad? ¿Te das cuenta que los fariseos eran mejores “cristianos” que nosotros?
A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:
Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano.
El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano;
ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.
Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: Dios, sé propicio a mí, pecador.
Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido.
En esta parábola, Jesús da cuenta exacta de la espiritualidad farisaica. Aunque es una parábola, el perfil presentado corresponde perfectamente a la realidad. Por el contrario, si la parábola hubiese sido una “invención” de Jesús, la parábola no tendría sentido para los oyentes. Pero ¿qué dice Jesús de la espiritualidad de los fariseos?
En primer lugar, Jesús confirma que los fariseos no son ladrones, ni injustos ni adúlteros. ¿Se podría decir lo mismo de todos los cristianos? En segundo lugar, ayunaban dos veces por semana. ¿Te das cuenta? ¿Cuántos cristianos ayunamos así? En tercer lugar, los fariseos daban los diezmos de todo lo que ganaban. En otras palabras, diezmaban de todos los ingresos. ¿Cuántos cristianos lo hacemos así? Por último, ellos oraban tres veces al día. Definitivamente eran mejores que nosotros. ¿Cómo se explica entonces que Jesús fuera tan duro y fuerte con ellos?
Según Lucas, el joven rico que vino a Jesús era un hombre principal. ¿Era fariseo? Supongamos que sí. Él pregunta al Maestro: ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le responde: “Los mandamientos sabes”. Entonces este hombre principal declara algo que resulta asombroso para nosotros: “Todo esto lo he guardado desde mi juventud”. Jesús, al responderle: “Aún te falta una cosa”, confirma que es verdad lo que ha dicho el joven rico. Marcos dice que Jesús: “... mirándole, le amó”. Asombroso ¿no? ¿Cuántos de nuestros jóvenes cristianos podrían decir lo mismo? Aunque no sabemos exactamente si este joven era o no fariseo, no me cabe duda que el joven Saulo –que sí sabemos que era fariseo- cumplía un perfil semejante. En su propio testimonio Saulo reconoce que durante su vida de fariseo, “viví”, dice él,
“... conforme a la más rigurosa secta de nuestra religión”.
“... instruido a los pies de Gamaliel, estrictamente conforme a la ley de nuestros padres, celoso de Dios”.
Los fariseos, pues, –lejos de lo que imaginábamos- eran personas honestas, que sinceramente buscaban agradar a Dios y que, en medio de tanta apostasía reinante, aspiraban a ser el remanente santo del cual hablaron los profetas. Al escribir estas cosas no puedo evitar identificarme con las buenas intenciones de ellos. ¿Te ocurre lo mismo? ¿Por qué Jesús fue, entonces, tan duro con ellos? Veamos.
A juicio de Jesús a lo menos tres cosas graves descalificaban a los fariseos a pesar de su admirable espiritualidad. La primera de ellas es que la espiritualidad de los fariseos pasaba por alto las cosas más importantes de la voluntad de Dios. En palabras de Jesús: “Coláis el mosquito, y tragáis el camello”. Así, por ejemplo, ellos eran rigurosos en sus diezmos y oraciones, pero habían dejado de lado la justicia, la misericordia y la fe (Mateo 23: 23, 24). Seguramente cuando Jesús dijo estas palabras estaba pensando en las palabras del profeta Miqueas:
“¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de un año?
¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma?
Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios”.
La segunda gran falencia de la espiritualidad de los fariseos consistía en estar centrada en las cosas externas. ¡Con razón habían olvidado lo más importante! Era una espiritualidad externa que obviaba lo de más valor para Dios: Lo interno, el corazón.
“¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.
¡Fariseo ciego! Limpia primero lo de dentro del vaso y del plato, para que también lo de fuera sea limpio.
¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia.
Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad”.
Y en estas palabras de Jesús está implícita la tercera gran carencia de la espiritualidad de los fariseos: Estaba centrada en mostrarse justos delante de los hombres más que en agradar a Dios. Era una espiritualidad más para los hombres que para Dios. ¡Con razón pasaban por alto lo más importante! ¡Con razón estaban centrados en las cosas externas! ¡Qué error! La espiritualidad es primero para Dios y ante Dios, no ante los hombres. ¡Cuidado hermanos! La necesidad de coherencia en la vida cristiana es tan grande que siempre estamos en peligro de caer en una desenfrenada carrera por alcanzar a como de lugar un buen testimonio, que, finalmente, nos hace apartar los ojos del Señor y ponerlos en los hombres. La necesidad de coherencia termina por hacernos valorar más la aprobación de los hombres que la de Dios, y terminar así, olvidando lo realmente espiritual: La justicia, la misericordia y la fe.
El peligro está en que la aprobación de Dios no necesariamente coincide con la aprobación de los hombres:
“Y oían también todas estas cosas los fariseos, que eran avaros, y se burlaban de él.
Entonces les dijo: Vosotros sois los que os justificáis a vosotros mismos delante de los hombres; mas Dios conoce vuestros corazones; porque lo que los hombres tienen por sublime, delante de Dios es abominación”.
Los fariseos -con su espiritualidad externa- eran irreprensibles ante los hombres y ello era sublime para ellos. Pero Dios conocía sus corazones y ¿qué veía? Veía avaricia y, por causa de ella, la espiritualidad -que era alabada por los hombres- ante Dios era considerada abominación. Como dijera Pablo:
“Pues no es judío el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne;
sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón, en espíritu, no en letra; la alabanza del cual no viene de los hombres, sino de Dios”.
Pero lo más grave de la espiritualidad farisaica estaba, aún, en una cuarta cosa que destaca Lucas en su evangelio. En él, Lucas registra una parábola de Jesús, llamada “Parábola del fariseo y el publicano”. Más arriba, ya comentamos esta parábola. No obstante, ahora vamos a fijarnos en el próposito que tuvo Jesús a la hora de enseñarla.
Lucas dice: “A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola”. ¿A quién se estaba refiriendo? A los fariseos, sin duda. ¿Qué dice de ellos? “Confiaban en sí mismos como justos”. En otras palabras, la espiritualidad que exhibían no era mérito de Dios y de su gracia, sino de ellos. La “justicia” que mostraban se debía al hecho de que ellos se creían justos. Y fue esta ignorancia -y más que ignorancia, pecado- lo que los dejó finalmente fuera de la salvación. ¡Qué terrible hermanos! ¡Las palabras más duras de Jesús no fueron para los pecadores, sino para esta gente buena que se creía justa! ¡Nada nos aleja más de Dios que la confianza en nuestra piedad!
Pero la introducción a la parábola dice algo más de los fariseos: “Menospreciaban a los otros”. Claro, es la consecuencia natural de lo anterior. Si la espiritualidad que alguien manifiesta es mérito suyo, inevitablemente terminará creyéndose mejor que otros y menospreciando a los demás. Sí, los fariseos eran probablemente mejores “cristianos” que nosotros. Pero fue por creerse mejores que quedaron fuera. Su espiritualidad era exclusiva, no inclusiva. Ellos no se juntaban con los pecadores, menospreciaban a los publicanos, evitaban a los enfermos, miraban en menos a los pobres, excluían a los niños y consideraban de segunda clase a las mujeres. Y todo esto en aras de la santidad.
Es muy fácil saber si la espiritualidad que poseemos la entendemos -consciente o inconscientemente- como mérito nuestro o no. Si ella te aparta de los pecadores, te vuelve inmisericorde, duro, inflexible, legalista e implacable, entonces, sin lugar a dudas, en el fondo de tu corazón tú crees que tu espiritualidad es logro tuyo. Porque si así no fuese ¿te levantarías como juez de tu hermano? Por supuesto que no. Te pondrías a su lado a fin de ayudarlo hasta sacarlo adelante. Revisa los evangelios y te darás cuenta que Jesús no tuvo reproches para los pecadores; para ellos trajo las buenas nuevas de salvación. Entró en sus casas, comió con ellos, fue a sus fiestas, y se hizo amigo de los publicanos y pecadores. Y él sí que fue santo. ¡El Santo de los santos!
LA LEY, EL DIEZMO Y LAS OFRENDAS
LA LEY
Para el Nuevo Testamento es claro que los creyentes no están bajo la ley. No obstante ¿qué significa ese hecho? ¿Significa, acaso, que los creyentes están exentos de guardar los mandamientos de la ley? ¿Podría alguno de nosotros decir que los creyentes, por ejemplo, no están obligados a amar a Dios con todo el corazón, con toda la mente, con toda el alma y con todas las fuerzas? Seguramente, nadie diría eso. Pero el hecho objetivo es que este es el principal mandamiento de la ley mosaica. Por lo tanto, es claro que los creyentes no estamos eximidos de guardar este mandamiento, aun cuando es cierto que no estamos bajo la ley. Sin embargo, con el mismo argumento de que no estamos bajo la ley, algunos abiertamente sí eliminan la responsabilidad de cumplir ciertos mandamientos –como por ejemplo: el diezmo. Por lo tanto, es legítima la pregunta planteada: ¿cómo interpretamos el hecho innegable de que no estamos bajo la ley?
En primer lugar, no estamos bajo la ley en el sentido que estemos bajo la obligación de guardar los mandamientos de Dios en nuestras fuerzas. Los creyentes estamos bajo la gracia y no bajo la ley (Rom. 6:14). Y ¿qué significa estar bajo la gracia? Significa que ya no intentamos agradar a Dios en la fuerza de nuestra carne, sino en el Espíritu. En palabras de Pablo: “...estamos libres de la ley...de modo que sirvamos bajo el régimen nuevo del Espíritu y no bajo el régimen viejo de la letra” (Rom. 7:6). Por lo tanto, la ley, como sistema de vida para los creyentes, está abolida. Nosotros no andamos en la carne, sino en el Espíritu (Rom. 8:1).
No obstante lo anterior, permanece la pregunta: ¿La gracia o el Espíritu contradicen el contenido de la ley? ¿No es acaso la ley la expresión de la voluntad de Dios? ¿Cómo podría entonces haber contradicción entre una cosa y la otra? La verdad es que no la hay. Pablo dice claramente que Dios enviando a su Hijo, condenó al pecado en la carne, para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu (Rom. 8:4). ¿Te das cuenta? En aquel que anda conforme al Espíritu se cumple la justicia de la ley. El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas, dijo Pablo, no hay ley (Gál. 5:22-23). En otras palabras, en el fruto del Espíritu no hay nada de la ley quebrantado; ella no tiene de qué acusar ni culpar; está perfectamente satisfecha.
Y cómo no habría de ser así, toda vez que la gracia puede mucho más que la ley. En efecto, la gracia es capaz de responder perfectamente, no sólo a la revelación todavía incompleta de la voluntad de Dios, expresada en la ley de Moisés, sino también es capaz de responder a la perfecta voluntad de Dios tal como la reveló el Señor Jesucristo. Veamos algunos ejemplos: Jesucristo dijo: “Oísteis que fue dicho: No cometerás adulterio. Pero yo os digo que cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt. 5:27-28). Claramente aquí Jesucristo hace una profundización de la ley: La voluntad de Dios se cumple no en los actos externos solamente, sino especialmente en el corazón. Por lo tanto, la gracia del Señor Jesucristo –que transforma el corazón- sobrepasa largamente la exigencia de la ley. La ley quedaba satisfecha con la ausencia del acto físico del adulterio; la gracia, con la pureza del corazón. La gracia supera largamente la ley.
En segundo lugar, no estamos bajo la ley, porque ahora en Cristo nos rige, no el “oísteis que fue dicho”, sino el “Pero yo os digo”. El primero es de Moisés; el segundo es de Cristo. Y como ya vimos, el “pero yo os digo” de Cristo –si bien no ignora, ni contradice, sino cumple perfectamente lo de Moisés- no obstante, lo sobrepasa largamente: En gracia y en exigencia. Es como lo explicaba un pastor: Si la ley exigía tirar con mis fuerzas diez vagones de un tren, la gracia le agregó 90 vagones más; pero ¿qué importa si Dios le puso una poderosa locomotora (la gracia) a los 100 vagones?
Por lo tanto, hay un cambio hermenéutico importante aquí. La voluntad de Dios expresada en la ley de Moisés, debe pasar necesariamente al Nuevo Testamento a través de Cristo, en quien sufre un perfeccionamiento completo. Por lo tanto, no deberíamos encontrar en el Nuevo Testamento una mera repetición de los mandamientos mosaicos, sino más bien, una norma de vida mucho más alta. Y esto es lo que efectivamente encontramos. Los mandamientos del Señor Jesucristo y de sus apóstoles recogen y sobrepasan los mandamientos mosaicos. Los sobrepasan en exigencia por la gracia superior que está a nuestra disposición. No hay, pues, ningún mandamiento de la ley de Moisés que no esté contenido en los mandamientos del Nuevo Testamento. Los sacrificios levíticos, por ejemplo, están –como tipos- perfectamente contenidos en el sacrificio perfecto y eterno de Cristo. Pero todavía más. También están contenidos como mandamientos a cumplir por los creyentes:
“Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1).
“...sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (1P. 2:5).
“Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre. Y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios” (Hb. 13:15-16).
“Así que celebremos la fiesta (la Pascua), no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1Cor. 5:8).
“Y aunque sea derramado en libación sobre el sacrificio y servicio de vuestra fe, me gozo y regocijo con todos vosotros” (Flp. 2:17).
“Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Flp. 4:18).
Por lo tanto, frente a la pregunta de si los creyentes del Nuevo Testamento tenemos que ofrecer sacrificios a Dios, la respuesta es sí. Solo que hay que precisar que ya no son sacrificios de animales, sino sacrificios espirituales. Nosotros no tenemos la sombra, sino la realidad. Pero el hecho innegable es que los creyentes del nuevo pacto, también deben ofrecer sacrificios aceptables a Dios por medio de Jesucristo.
En este contexto deben entenderse entonces las palabras de nuestro Señor Jesucristo, cuando dijo: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido”. Y remató con esto: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt. 5:17, 18,20).
Veamos otro ejemplo. En la ley de Moisés fue dicho: “Acuérdate del día de reposo para santificarlo, seis días trabajarás, y harás todas tus obras; mas el séptimo día es reposo para Jehová tu Dios; no hagas en él obra alguna, tu, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas la cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santifico” (Ex. 20:8-11). Es más, en Ex. 35:2 se ratifica la gravedad de infringir dicho mandamiento diciendo que: “…cualquiera que en él hiciere trabajo alguno, morirá.”
¿Pero qué pasó entonces con nuestro Señor Jesucristo, que en un día de reposo confundió a los entendidos de la época? Los discípulos, en un día de reposo y en presencia de él, recogieron espigas. Sanó a un hombre que tenía su mano seca, (Mt. 12:1-14); y sanó al paralítico de Betesda (Jn. 5:1-18). ¿Jesús infringió, acaso, el día de reposo? ¿Será que él no guardó la ley? Por supuesto que no. Jesús mismo aclaró el por qué del día de reposo en Mr. 2:27-28: “… El día de reposo fue hecho por causa del hombre…”. Él se descubre, entonces, como Señor del reposo, él es el reposo perfecto, concebido por Dios desde la eternidad. En una de las muchas discusiones fuertes acerca del día de reposo con los doctores de la Ley, el Señor hace una tremenda afirmación “… mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn. 5:17).
En el antiguo pacto seis días eran para trabajar en lo de uno y solo un día (el día de reposo) era para guardarlo y santificarlo a Dios. Pero en el nuevo pacto andamos todos los días en las obras que él hizo para que anduviésemos en ellas. No tenemos obra ni trabajo propio. Él es Señor del reposo y nuestro reposo (He. 4). En el Nuevo Testamento guardamos, pues, el día de reposo permaneciendo en Cristo, confiando permanentemente en sus obras y en su sacrificio perfecto. Como dice el escritor a los Hebreos: “Porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras...” (4: 10). ¡Aleluya!
En conclusión, en Cristo la ley no está abolida, sino cumplida. Ninguna cosa de la ley está quebrantada en él; por el contrario, todo está cumplido perfectamente. Así que ni Cristo, ni la gracia, ni el nuevo pacto, ni el Nuevo Testamento, contradicen la ley. Lejos de contradecirla, la superan largamente. Van una milla más que la ley (Mateo 5: 41).
EL DIEZMO
Apliquemos ahora todo lo dicho anteriormente al tema particular del diezmo. Primero que todo debemos decir que en el caso del diezmo ocurre algo especial. El diezmo no nace con la ley; es anterior a la ley en unos 430 años (Gál. 3:17). El diezmo como tal, esto es, como la décima parte de un todo, nace con Abram. Génesis 14 es la primera mención bíblica acerca del diezmo. Se dice que la primera mención bíblica de una verdad tiene la importancia de constituir el modelo de esa verdad. Y este parece ser el caso con respecto al diezmo. En efecto, esta Escritura no sólo es importante por ser la primera mención acerca del diezmo, sino también por ser la primera y única mención acerca de Melquisedec en el Antiguo Testamento. Además, es también la primera vez que son mencionados en la Biblia los elementos de la santa cena: Pan y vino.
Ahora bien, Abram y todas las cosas relacionadas con él –como el diezmo, Melquisedec, el pan y el vino, el pacto, las promesas, etc- no pertenece al Antiguo Testamento o Antiguo Pacto. En efecto, Melquisedec representa el tipo de sacerdocio que Jesucristo lleva a cabo en el Nuevo Pacto. El sacerdocio Aarónico pasó. El de Jesucristo, que no pasa, es según el orden de Melquisedec. El pan y el vino no son del Antiguo Pacto: Son los elementos de la Cena del Nuevo Pacto. Abraham, de la misma manera. El Nuevo Testamento dice que Abraham es padre de todos los creyentes (Rom. 4:16-17; Gál. 3:7,29). ¿Cómo es esto? Pablo dice que a Abraham fueron hechas las promesas, y a su simiente. Esta simiente es Cristo. Cuando esta simiente a quien fue hecha la promesa llegase, en ella serían bendecidas todas las familias de la tierra. Para este fin Cristo nos redimió de la maldición de la ley, para que en él la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por la fe recibiésemos la promesa del Espíritu (Gál. 3:13-18).
Entre Abraham y la llegada de la simiente, Dios añadió o introdujo la ley –como una especie de paréntesis (Gál. 3:19; Rom. 5:20)- hasta que viniese la simiente. Por supuesto, Dios tenía una poderosa razón para introducirla: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo” (Gál. 3:24-25). En otras palabras, venida la fe, los creyentes enganchamos directamente con Abraham y heredamos sus promesas. La ley jamás tuvo el propósito de substituir la promesa; por el contrario, nos condujo a ella. La ley era provisoria (hasta que); la promesa en Cristo era lo definitivo.
Pero continuemos con el diezmo. Decir, entonces, que el diezmo es solamente de la ley es falso. Es antes de la ley. No obstante, si hubiese tenido su origen en la ley, de todas maneras –por lo planteado arriba- ese hecho por si solo no lo abrogaría. Recordemos lo dicho anteriormente: Todo mandamiento de la ley mosaica está de alguna manera contenido –y sobrepasado- en los mandamientos del Nuevo Pacto. En todo caso, el hecho primero es que el diezmo es pre-mosaico y, por tanto, neotestamentario. Consideremos en primer lugar este hecho. Los creyentes diezman, pues, a la manera de Abraham y no a la manera de la ley. ¿Cómo diezmó Abraham? Volvamos al relato de Génesis 14.
Una confederación de cuatro reyes declaró la guerra a otra confederación compuesta de cinco reyes. Entre estos últimos se encontraba el rey de Sodoma, lugar donde vivía Lot, el sobrino de Abraham. La coalición de cuatro reyes venció a la de cinco reyes. Las ciudades, entre las que se encontraba Sodoma, fueron saqueadas y los habitantes llevados cautivos. También Lot. Cuando Abraham se enteró de la noticia del cautiverio de su sobrino, armó a sus 318 criados y fue al rescate de Lot y de su familia. Milagrosamente un puñado de hombres derrotó al ejército de una confederación de cuatro reinos. Abraham recobró así todos los bienes de Sodoma, a Lot y demás gente. Mientras Abraham volvía orgulloso y lleno de júbilo por la tremenda victoria alcanzada, el rey de Sodoma lo esperaba con un clamoroso recibimiento en el valle de Save, que es el Valle del Rey. Seguramente que en este evento Abraham se llenaría de gloria y fama. El acontecimiento constituiría toda una tentación para él. Por ello, antes que Abraham fuese recibido por el rey de Sodoma, sorpresivamente le salió al encuentro el rey de Salem (Jerusalén). Este rey, de nombre Melquisedec, era sacerdote del Dios Altísimo. Este recibimiento es, en comparación con el del rey de Sodoma, absolutamente modesto y sobrio. De hecho, el ágape contiene sólo pan y vino. Pero, es modesto únicamente a los ojos humanos, ya que es de una grandeza espiritual extraordinaria. En efecto, Melquisedec en su calidad de sacerdote de Dios, bendice a Abraham con una doble bendición: La primera está dirigida a Abraham del Dios Altísimo y, la segunda, está dirigida al Dios Altísimo de Abraham. Por el impacto que causó esta bendición sobre Abraham, como veremos enseguida, entendemos que ella significó toda una revelación para él. La primera bendición le reveló a Abraham que él pertenecía al Dios Altísimo, esto es, pertenecía al Creador de los cielos y de la tierra. Abraham era de Dios; era de su propiedad, era su siervo. La segunda bendición, aunque dirigida a Dios, le revela a Abraham que el Altísimo fue el que entregó los enemigos de Abraham en su mano. Esto terminó por quebrar tan profundamente a Abraham que produjo en él un reconocimiento de Dios que hasta aquí nunca antes se había manifestado: Le dio Abram los diezmos de todo. ¿Qué hecho causó que Abraham voluntaria y espontáneamente diezmara, sin mediar ninguna obligación, ley o mandato? Fue el hecho de entender que toda victoria, logro, éxito y riqueza es mérito de Dios. Nada es mérito nuestro. Él, da semilla al que siembra y pan al que come (2Cor. 9:10). Por eso, los ancianos del Apocalipsis echan sus coronas delante del trono de Dios, diciendo: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder; porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas” (Ap. 4:10-11).
Abraham, Melquisedec, el pan y el vino, pertenecen al Nuevo Pacto. Y esta forma de diezmar también. En el Nuevo Pacto se diezma a la manera de Abraham. No fue un mandamiento ni una obligación lo que provocó el diezmo; no fue la ley, sino el Espíritu. El diezmo del Nuevo Testamento no es el de la ley, sino el de Abraham. La acción de Abraham fue de tanto agrado para Dios que éste, posteriormente, habría de hacerla mandamiento en la ley de Moisés. Y aquí es conveniente que volvamos a recordar lo dicho anteriormente. El hecho de que el diezmo fuese puesto por Dios en la ley de Moisés significa, en primer lugar, que es parte de su voluntad revelada hasta ese momento. En segundo lugar, significa que el diezmo, como parte de la voluntad revelada de Dios, no cambia; permanece en el tiempo. A lo más, podría ser contenido en una verdad mayor, cosa que ocurre con casi todos los mandamientos de la ley en el Nuevo Testamento. En tercer lugar, fue insertado en la ley para, al igual que todos los demás mandamientos, mostrara la incapacidad por parte del hombre de cumplirla con sus fuerzas. De todas maneras, Dios aprovechó de dar un paso más al colocar el diezmo en la ley de Moisés. La ley cómo ninguna otra instancia va a demostrar el uso que Dios determinó para los diezmos: “Porque a los levitas he dado por heredad los diezmos de los hijos de Israel, que ofrecerán a Jehová en ofrenda; por lo cual les he dicho: Entre los hijos de Israel no poseerán heredad” (Nm. 18:24). En definitiva, no sólo queda establecido el cómo se diezma (a la manera de Abraham), sino también el qué se hace con ellos (sustentar a los levitas).
Y así llegamos al Nuevo Testamento. Y ¿Qué encontramos? Que asombrosamente para nosotros la palabra diezmo casi no aparece. Este hecho que requiere indudablemente una explicación no significa, en todo caso, que la verdad del diezmo esté ignorada. Algunos explican la ausencia del término diezmo de una manera que –aunque la afirmación sea cierta- si no es bien entendida y bien aplicada, resulta en un absurdo: El diezmo es Cristo, dicen algunos, al igual que las primicias, las ofrendas, los sacrificios, el sábado, las fiestas, etc. Esta interpretación que es absolutamente correcta no exime, sin embargo, de modo alguno, el cumplimiento práctico de esas verdades por parte de los creyentes. Si todo el Antiguo Testamento fuese solamente Cristo, entonces, el Nuevo Testamento consistiría únicamente en la revelación de Jesucristo y no debiera incluir ningún aspecto práctico para los creyentes. Pero ¿Es eso lo que encontramos en él? De ningún modo. Recordemos lo dicho anteriormente: Los sacrificios, por ejemplo, tipológicamente, representan el sacrificio de Cristo. No obstante, en cuanto demandas de Dios para el hombre, permanecen vigentes en su significado espiritual a los creyentes del Nuevo Testamento. En otras palabras, los creyentes del Nuevo Pacto presentan en Cristo los mismos sacrificios del Antiguo Pacto, pero en su significado espiritual. Por ejemplo, Pablo dijo que los panes de la pascua que nosotros celebramos deben ser sin levadura, esto es, sin malicia y sin maldad. Nuestros panes hoy son la sinceridad y la verdad. ¿Te das cuenta? Nuestra Pascua –que es Cristo- sigue presente; los panes también.
Veamos entonces si la verdad acerca del diezmo sigue presente en el Nuevo Pacto. El Señor Jesucristo hizo algunas pocas, pero importantes, alusiones a los diezmos. En su discurso a los escribas y fariseos, él les reprochó lo siguiente: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! Porque diezmáis la menta y el eneldo y el comino, y dejáis lo más importante de la ley: La justicia, la misericordia y la fe. Esto era necesario hacer, sin dejar de hacer aquello” (Mt. 23:23). En primer lugar, Jesús no está aquí reprochando el acto de diezmar, sino el hecho de haber descuidado lo más importante de la ley. En segundo lugar, al decir “sin dejar de hacer aquello” está confirmando la práctica del diezmo como algo vigente.
En la parábola del fariseo y el publicano, Jesucristo puso otro elemento importante acerca de los diezmos. En efecto, mientras el fariseo oraba y desplegaba su auto justicia, dijo: “...doy diezmos de todo lo que gano”. Resalto la palabra todo, pues, Jesús no pondría aquí un elemento inexistente en la práctica de los fariseos. Dicho de otro modo: Los fariseos diezmaban de todas las cosas. En el texto anterior, quedó claro que diezmaban hasta la menta, el eneldo y el comino. También aquí cabe decir que Jesús no estaba, en esta parábola, atacando el acto del diezmo, sino la auto confianza y el menosprecio (Lc. 18: 9-14). Lo importante de estos textos es la ratificación que, de alguna manera, hace Jesucristo de los diezmos; cosa que no ocurre, por ejemplo, con el divorcio (Mt. 5: 31-32).
Escuchemos a continuación al apóstol Pablo: “O sólo yo y Bernabé no tenemos derecho de no trabajar? 7¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño?
8¿Digo esto sólo como hombre? ¿No dice esto también la ley? 9Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Tiene Dios cuidado de los bueyes, 10o lo dice enteramente por nosotros? Pues por nosotros se escribió; porque con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto. 11Si nosotros sembramos entre vosotros lo espiritual, ¿es gran cosa si segáremos de vosotros lo material? 12Si otros participan de este derecho sobre vosotros, ¿cuánto más nosotros?
Pero no hemos usado de este derecho, sino que lo soportamos todo, por no poner ningún obstáculo al evangelio de Cristo. 13¿No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? 14Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio.
En primer lugar, Pablo está hablando de segar lo material de los corintios. En segundo lugar, pone ejemplos de la vida común: ¿Quién fue jamás soldado a sus propias expensas? ¿Quién planta viña y no come de su fruto? ¿O quién apacienta el rebaño y no toma de la leche del rebaño? En tercer lugar, lo más importante: ¿No dice esto también la ley? ¡Pablo invoca la ley! ¿Cómo? ¿Pablo invocando la ley? ¿Seguramente está evangelizando a los judíos? No. Está hablando a la iglesia. A creyentes que no están bajo la ley. Espero que la razón ya esté clara. Entonces dice: “No sabéis que los que trabajan en las cosas sagradas, comen del templo, y que los que sirven al altar, del altar participan? Aquí claramente está refiriéndose a los diezmos mosaicos (Lv. 6:16,26; Nm. 18:8,31; Dt. 18:1-3). Y entonces traspasa la verdad del diezmo al Nuevo Pacto de la siguiente manera: “Así también ordenó el Señor a los que anuncian el evangelio, que vivan del evangelio” Los que anuncian el evangelio equivalen ahora a los antiguos sacerdotes y levitas. Como tal, ordenó el Señor que vivan del evangelio. ¿Cómo harían esto en la práctica? La frase “así también” perfectamente podría entenderse como “de la misma manera”. En el contexto serían los diezmos.
En su primera carta a Timoteo, Pablo agrega, ahora con respecto a los ancianos, lo siguiente: “Los ancianos que gobiernan bien, sean tenidos por dignos de doble honor, mayormente los que trabajan en predicar y enseñar. Pues la Escritura dice: No pondrás bozal al buey que trilla; y: Digno es el obrero de su salario (5:17-18). Primero, la frase “dignos de doble honor” se refiere a reconocimiento económico. Segundo, cita como referente de autoridad la Escritura. ¿Cuál Escritura? Por una parte, ¡La ley! aunque traspasada a la realidad neotestamentaria y, por otra, los evangelios (Mt. 10:10; Lc. 10:7).
Por lo tanto, el esquema veterotestamentario en su aspecto fundamental se mantiene en el nuevo: Algunos de entre los hijos de Dios, los apóstoles y los ancianos, a la manera de los sacerdotes y levitas de la ley, trabajan en predicar y en enseñar, y son sustentados por los ministrados. ¿Cómo? No dice explícitamente: Con los diezmos. ¿Por qué? Puede ser porque es obvio. Está implícito al citar la ley. Pablo, por último, escribiendo a los gálatas, lo dijo así: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye” (6:6). La “Biblia al día” lo dice así: “Los que estudian la Palabra de Dios deben ayudar económicamente a sus maestros”.
LAS OFRENDAS
Una segunda razón –y quizás la más importante- de por qué no aparece más explícitamente la palabra “diezmo” en el Nuevo Testamento es la siguiente: El diezmo –entendido como la décima parte de un todo- está superado por la gracia de Jesucristo, al igual que todos los mandamientos de la ley. Por lo tanto, la palabra “diezmo” ya no corresponde con la nueva realidad. Ahora, tendríamos que hablar de “un quinto” o “un cuarto” o “un medio”, etc. Y aun así, no podemos usar un solo término, porque Pablo dijo: “Cada uno dé como propuso en su corazón...” (2Cor. 9:7). En una oportunidad le preguntaron a Watchman Nee: “¿De qué manera un cristiano debe ofrendar?” Él le dijo: “No deberíamos adoptar la manera del Antiguo Testamento pagando los diezmos, sino que deberíamos seguir lo que está dicho en 2 Corintios 9:7, es decir, que cada persona dé conforme a lo que Dios le ordena; puede ser la mitad, o un tercio o una décima o una vigésima parte”. La única parte de la respuesta que no comparto es la referencia a la “vigésima parte” (5%), porque me parece que la gracia en ningún caso debiera producir algo menor que la ley. El diezmo de la ley es ahora el mínimo y no el techo.
Pero ¿Cuál es entonces el término escritural que reemplaza la palabra “diezmo”? Las palabras: Ofrendar y ofrendas. Las ofrendas claramente sustentan –en el Nuevo Testamento- a los apóstoles y a los ancianos, como ya vimos (También se usan para ayudar a los santos). Pablo dijo a los filipenses en el capítulo cuatro: “10En gran manera me gocé en el Señor de que ya al fin habéis revivido vuestro cuidado de mí; de lo cual también estabais solícitos, pero os faltaba la oportunidad. 11No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. 12Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad. 13Todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
14Sin embargo, bien hicisteis en participar conmigo en mi tribulación. 15Y sabéis también vosotros, oh filipenses, que al principio de la predicación del evangelio, cuando partí de Macedonia, ninguna iglesia participó conmigo en razón de dar y recibir, sino vosotros solos; 16pues aun a Tesalónica me enviasteis una y otra vez para mis necesidades. 17No es que busque dádivas, sino que busco fruto que abunde en vuestra cuenta. 18Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios. 19Mi Dios, pues, suplirá todo lo que os falta conforme a sus riquezas en gloria en Cristo Jesús. 20Al Dios y Padre nuestro sea gloria por los siglos de los siglos. Amén.
A los corintios por su parte les escribió:
“He despojado a otras iglesias, recibiendo salario para serviros a vosotros. 9Y cuando estaba entre vosotros y tuve necesidad, a ninguno fui carga, pues lo que me faltaba, lo suplieron los hermanos que vinieron de Macedonia, y en todo me guardé y me guardaré de seros gravoso. (2 Cor. 11:8-9).
En definitiva, los sacerdotes y levitas han dado paso a los apóstoles y ancianos; y el término “diezmos” ha dado lugar a la palabra “ofrendas”. ¿Por qué? Porque la décima parte de un todo es apenas el mínimo y en el nuevo pacto la cantidad está abierta a la acción de la gracia de Dios. Ahora, puede ser un 20%, un 40%, un 80% y como mínimo un 10%.
Pero antes de terminar esta parte, sería conveniente decir algunas palabras tocante al otro uso de las ofrendas en el Nuevo Testamento, esto es, la ayuda para los santos. Si vamos a ser escriturales en nuestra enseñanza y práctica, entonces, debemos reconocer que las ofrendas se usaban tanto para el sostenimiento de obreros y de ancianos, como para ayuda de los santos. En este último caso, las Escrituras que hablan de ello contienen hermosos principios que iluminan más perfectamente la verdad neotestamentaria de dar. Pablo escribiendo a los corintios en su primera carta, dice:
“1En cuanto a la ofrenda para los santos, haced vosotros también de la manera que ordené en las iglesias de Galacia. 2Cada primer día de la semana cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan entonces ofrendas. 3Y cuando haya llegado, a quienes hubiereis designado por carta, a éstos enviaré para que lleven vuestro donativo a Jerusalén. 4Y si fuere propio que yo también vaya, irán conmigo.
Esta es claramente una ofrenda para los santos. El principio fundamental que es presentado aquí, es que la ofrenda de cada uno debe ser hecha “según haya prosperado”. Esto ratifica que la gracia supera la ley: La ofrenda es proporcional a la prosperidad recibida. ¡Nótese que se da por sentado que todos prosperan!
En la segunda carta a los corintios, Pablo dedica nada menos que dos capítulos (8-9) a la ofrenda para los santos. En una de sus partes dice:
“6Pero esto digo: El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará. 7Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. 8Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra; 9como está escrito:
Repartió, dio a los pobres;
Su justicia permanece para siempre.
10Y el que da semilla al que siembra, y pan al que come, proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia, 11para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad, la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios. 12Porque la ministración de este servicio no solamente suple lo que a los santos falta, sino que también abunda en muchas acciones de gracias a Dios; 13pues por la experiencia de esta ministración glorifican a Dios por la obediencia que profesáis al evangelio de Cristo, y por la liberalidad de vuestra contribución para ellos y para todos; 14asimismo en la oración de ellos por vosotros, a quienes aman a causa de la superabundante gracia de Dios en vosotros. 15¡Gracias a Dios por su don inefable!
Al principio fundamental de que “cada uno dé como propuso en su corazón”, Pablo agrega de manera solemne que la cosecha será proporcional a la siembra. También afirma que Dios ama al dador alegre y que es poderoso para prosperarlo a fin de que esté enriquecido en todo, para toda liberalidad.
En resumen: 1) La ofrenda debe ser proporcional a la prosperidad alcanzada. 2) Ofrendar es una siembra. 3) La cosecha es proporcional a la siembra. 4) Dios prosperará al dador alegre. 5) La prosperidad permite ser más generosos todavía. Se desata así un círculo virtuoso. Amén.
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