El servicio de los ministros de Cristo
Eliseo Apablaza
"Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo" (Efesios 4:11-12)
En el día de ayer estuvimos revisando brevemente este pasaje, y decíamos que los ministros de la Palabra que aparecen en este versículo 11 tienen una importante función dentro del cuerpo. Ellos son dados a la iglesia para equipar a los santos, y para que luego los santos hagan la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo.
La obra de los ministros de la palabra no es hacer la obra que todo el cuerpo tiene que hacer. Los ministros de la Palabra sólo capacitan a los santos para que éstos hagan la obra. Esto derriba todo un concepto histórico según el cual hay dos clases de personas dentro de la iglesia: el clero y los legos. Los primeros hacen la obra y los otros son espectadores de aquellos que hacen la obra. Ese concepto histórico no es escritural. No hay eso de que unos pocos hacen la obra y los otros miran cómo aquellos la realizan. Todos somos sacerdotes. Todos somos miembros del cuerpo y hemos recibido la gracia de Dios.
En esta mañana consideraremos cuál es la función de los ministros de la Palabra. Cómo ellos equipan a los santos. Luego, si el Señor lo permite, en el día de mañana, veremos cómo los santos hacen la obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. Porque son dos cosas diferentes. La primera desencadena la otra, pero la primera no reemplaza la otra.
El marco de los ministros de la Palabra
Según vemos en este pasaje, los ministros de la Palabra no son un fin en sí mismos. La obra de Dios no termina en ellos. Ellos son un medio para otro fin. Por tanto, nosotros debemos reemplazar nuestro concepto histórico de los ministro de la Palabra como si ellos estuvieran arriba, como si ellos fueran los líderes ante los cuales el pueblo se inclina.
Tenemos que ver que los ministros de la Palabra deben inclinarse ante la iglesia. Ellos son los siervos de la iglesia. La iglesia no es sierva de ellos. Los santos no son siervos de los ministros de la Palabra. Tenemos que reemplazar el concepto de "reverendo", o cualquier otro similar, por el de "siervos". O, como veíamos ayer, por "garzones", garzones que sirven a los comensales. Nadie podría pensar que los garzones son los personajes más importantes en una cena. Ellos sirven a los que sí son importantes. Cuando nosotros miramos los evangelios, no vemos al Señor como el que es servido, sino como el que sirve. Él no vino para ser reverenciado, él vino para dar su vida en rescate por muchos. Nosotros tenemos un solo ejemplo que seguir. No el ejemplo de los grandes de este mundo. Nuestro único ejemplo es Jesús, el Siervo.
El evangelio de Marcos es maravilloso, porque nos muestra al Señor Jesús en su humillación. Nos lo muestra como si fuese un animal de trabajo, -un buey manso- que, luego de realizar un servicio a favor de los demás, él va al altar para ser sacrificado. Es verdad que Jesús es el Rey, y es el Hijo del Hombre, y que es el bendito Hijo de Dios; pero a los ministros de la Palabra nos conviene saber que Jesús es el Siervo del evangelio de Marcos, el Buey que vino para servir.
Los ministros de la Palabra no son un fin en sí mismos, sino un medio para que Dios alcance un fin mayor con la iglesia. La plenitud de Cristo será alcanzada por la iglesia cuando todos los santos desarrollen su función, cuando todos los santos sirvan Cristo a los demás. Pero eso no ocurrirá a menos que los ministros de la Palabra cumplan su función.
Los ministros de la Palabra tienen una gloria: ellos son dones de Dios dados a la iglesia. Ellos tienen grandes dones. Ellos son amados por los hermanos. Son abrazados y recibidos; a veces, hasta son agasajados y halagados; sí, esa es su gloria. Pero ellos también tienen una tremenda humillación. Ellos no son nada sin la iglesia. Ellos existen para la iglesia. Ellos no tendrían nada que hacer si no estuviera la iglesia. En cierto sentido, ellos son como el amigo del novio: "El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud" (Juan 3:29, Biblia de Jerusalén). Eso se refiere a Juan el Bautista, pero en cierto sentido también se puede aplicar a los ministros de la Palabra. Pablo se presenta a sí mismo como el casamentero que quiere preparar a la novia para el Novio. Pareciera como si Pablo no se consideraba como miembro de la iglesia, sino como un servidor de la iglesia. Estaba dentro, pero a la vez, fuera.
El perfil de un ministro
Los ministros de la Palabra tienen que ver que su principal función, que es también su humillación o limitación, es que ellos son sólo como el amigo del Novio. Pablo fue un gran ministro de la Palabra, pero nosotros lo encontramos muchas veces hablando de sí mismo en su humillación. En 1ª Corintios 4, versículo 10 y 13 dice: "Nosotros somos insensatos por amor de Cristo, mas vosotros prudentes en Cristo; nosotros débiles, mas vosotros fuertes; vosotros honorables, mas nosotros despreciados … Nos difaman, y rogamos; hemos venido a ser hasta ahora como la escoria del mundo, el desecho de todos".
Esa imagen que Pablo muestra allí no es la que muchos siervos de Dios hoy exhiben. Nos conviene ver a Pablo en toda su debilidad, para que nosotros también le imitemos en eso. En 2ª Corintios 6: 8 al 10 dice: "Por honra y por deshonra, por mala fama y por buena fama; como engañadores pero veraces; como desconocidos, pero bien conocidos; como moribundos, mas he aquí vivimos; como castigados, mas no muertos; como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo."
Capítulo 10 versículo 10: "Porque a la verdad, dice, las cartas, son duras y fuertes; mas la presencia corporal débil y la palabra menospreciable". ¿Podemos imaginarnos a Pablo con una palabra menospreciable? Nosotros creemos que las cartas de Pablo son inspiradas por Dios, pero muchos hermanos en sus días creían que su palabra era menospreciable. Seguramente Pablo no llamaba a aquellos que se le oponían para reprenderlos.
Ayer decíamos que los ministros de la palabra son esencialmente ministros de Jesucristo. Ellos han tenido un encuentro con Jesucristo. El Padre ha revelado a Jesús en sus corazones. Han sido cautivados por él. El cielo se les ha abierto para que vean a Jesús. Ellos se han enamorado de Cristo. Ellos no tienen otro tema aparte de Cristo. Su vida, su poder su sabiduría, su tema, su ministración, todo es Jesucristo. Ellos necesitan estar llenos de Cristo. En la medida en que lo estén, su servicio será efectivo a los santos.
Es preciso que el ministro de la palabra comprenda cuál es el marco en que se ubica su servicio dentro de la iglesia, para no perder el centro y el objetivo de Dios. Nada es de ellos ni para ellos, sino de Cristo y para la iglesia.
En 1ª Corintios capítulo 3 versículo 21 y 22 dice: "Así que, ninguno se gloríe en los hombres; porque todo es vuestro; sea Pablo, sea Apolos, sea Cefas, sea el mundo, sea la vida, sea la muerte, sea lo presente, sea lo por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios". Pablo se pone, al igual que Apolos y Cefas, a disposición de los hermanos. Les dice: "Ustedes no deben pelear por causa nuestra. No deben hacer disensiones por causa nuestra. Nosotros somos vuestros. ¿Por qué pelearse por nosotros? Somos siervos de ustedes. Dios nos ha dado a cada uno de nosotros una riqueza particular. Ustedes tienen que recibir la riqueza de cada uno. Si ustedes reciben sólo la riqueza de Pablo, entonces desperdiciarán la de Apolos y la de Cefas. Todos los ministros de la Palabra tienen una gloria particular, una sabiduría y una riqueza particular, y la iglesia necesita de todos ellos. Ellos son vuestros. Dispongan de nosotros. Somos vuestros siervos". Eso decía Pablo. Y eso deben decir todos los ministros de Jesucristo.
Dos clases de ministros
Veamos dos clases de ministros en el evangelio de Mateo capítulo 24, versículos 45 al 51. "¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que les dé el alimento a tiempo? Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá. Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, y aun a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente, y pondrá su parte con los hipócritas; allí será el lloro y el crujir de dientes".
Por favor, observen ustedes, aquí hay dos siervos. Ellos son dos clases de ministros de la Palabra. El primer siervo aparece identificado con dos adjetivos: "fiel" y "prudente". ¿Por qué es fiel y prudente? Porque él fue puesto en la casa de Dios para que diera el alimento a tiempo. El ministro de la Palabra tiene que preocuparse de que el pueblo de Dios esté bien alimentado. Tiene que ser el alimento correcto, y en el tiempo correcto. Él es fiel, porque procura que nunca falte el alimento en la casa de Dios. Él es prudente porque no dará otro alimento que no sea Cristo.
Cuando nosotros leemos el sermón del monte, encontramos al final que el Señor Jesucristo dijo que el hombre prudente es aquel que edificó su casa sobre la roca. Un hombre prudente es aquel que asienta su vida en Cristo, porque Cristo es la Roca de los siglos. El alimento que el siervo fiel y prudente ofrece en la Casa de Dios es Cristo. Y lo ofrece cada vez que el pueblo lo necesita. No importa que haya mil necesidades distintas en el pueblo de Dios. La respuesta para cada una de ellas es una sola. El predicador no sabe cuáles son las necesidades de las mil personas que le escuchan. Pero Cristo es todo suficiente para suplir cada necesidad. El Espíritu Santo toma de Cristo la palabra y la pone en el corazón. Cuando termina la exposición de la Palabra, cada uno dice: "¿Cómo el predicador sabía lo que yo necesitaba?". El predicador no sabía cuál era la necesidad de cada uno, pero el Espíritu Santo sí. Cristo es todo suficiente.
Veamos el segundo siervo. Es el siervo malo. ¿Cuál es la característica de este siervo? Él no da el alimento a los de casa. Él toma un azote y comienza a golpear. Él es un borracho, y un comilón; sin embargo, él se transforma en juez. Él no conoce la gracia de Dios. Él está en pecado. Hipócritamente él se atreve a castigar a otros. Por eso el Señor lo castiga duramente después. Por favor, amados hermanos y hermanas, ministros de Jesucristo, nunca golpeen a los hijos en la Casa de Dios. Cuando el Señor reprende siempre lo hace con dulzura; siempre que él causa una herida pone el bálsamo. Aun su palabra más severa es dulce de escuchar. Aun las lágrimas que él nos provoca nos hacen bien.
El circuito del ministerio de la Palabra
Quisiera a continuación desarrollar en forma muy práctica cuál es el circuito del ministerio de la Palabra. Quisiera basarme en Isaías capítulo 6 y en algunos versículos de Romanos capítulo 10, del versículo 13 al 15. Veamos primero Isaías capítulo 6:1-9.
"En el año que murió el rey Uzías vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima de él había serafines; cada uno tenía seis alas; con dos cubrían sus rostros, con dos cubrían sus pies, y con dos volaban. Y el uno al otro daba voces, diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de las puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo. Entonces dije: ¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos. Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí. Y dijo: Anda, y di a este pueblo …"
En este capítulo encontramos la visión y el llamamiento de Isaías. Tengamos en cuenta una cosa muy importante. Isaías vio al Señor. Juan 12:41 dice: "Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y habló acerca de él". Aquí se refiere al Señor Jesucristo. Así que, Isaías vio al Señor Jesucristo en el capítulo 6 de su libro. Por lo tanto, la visión de Isaías tiene una plena aplicación a nosotros.
Vamos a explicar el circuito del ministerio de la Palabra sirviéndonos de un diagrama. El punto inicial de este circuito es que Dios muestra su gloria (vs.1-4). ¿Podemos ver lo maravilloso que es que Dios muestre su gloria a un hombre? Él podría fácilmente esconderse detrás de los cielos de los cielos. Él podría poner una cortina y esconderse para siempre. Así, nunca ningún hombre tendría el privilegio de contemplarle. Pero él, de pronto, en su gracia, abre la cortina de los cielos, y se muestra al hombre. Esta es una gracia maravillosa.
Todo ministro de la Palabra tiene que tener un encuentro con Dios. Una visión de la gloria de Dios. No sólo tiene que ver a Cristo crucificado, tiene que ver a Cristo exaltado y entronizado arriba. Así como Esteban lo vio, y como Pablo lo vio camino a Damasco. Cuando tenemos un encuentro con la gloria de Dios, entonces nosotros desmayamos y parece que vamos a morir. Vemos cuán grande es él y cuán miserables y pequeños somos nosotros. ¡Ay de mí que soy muerto! - dijo Isaías. (Por eso pusimos en el diagrama: "el hombre desmaya). Y lo que viene inmediatamente después es la necesidad de ser limpiado. Un hombre pecador no podría estar en la presencia de un Dios santo. Entonces, a partir de este momento, Isaías, junto con ver la gloria de Dios, él fue consciente de que tenía que ser limpiado. Él era inmundo, no podía limpiarse por sí mismo. ¿Qué valor tiene la sangre de Cristo para un ministro de la Palabra? ¿Está consciente del valor eterno, precioso, maravilloso, de la sangre de Jesús? Nunca podrá predicar sobre el valor de la sangre de Jesús (y ponerse en el lugar del pecador) si no conoce en sí mismo ese valor. ¡La sangre del Señor Jesús es preciosa! ¡Y está vigente hoy para el perdón de nuestros pecados!
Luego de que el hombre ha sido limpiado, entonces el Señor lo llama (punto 3). Dice: "¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?" En realidad, el Señor sabe a quién se está dirigiendo. Él espera que Isaías responda. Entonces él dijo: "Heme aquí, envíame a mí". El hombre se ofrece (p.4). Noten usted que no dice: "El hombre va". Simplemente él se ofrece. Él no puede ir si no es enviado. Él no dice: "Heme aquí; yo voy". Dice: "heme aquí; envíame a mí". Un ministro de la Palabra no puede llegar a un lugar y decir: "Yo he venido". Él tiene que poder decir: "Dios me ha enviado". No es porque él fue, sino porque Dios lo envió.
Entonces, Dios envía al hombre con un mensaje. Todos estos cinco primeros hechos suceden entre Dios y el hombre que Dios va a utilizar. Eso implica el comienzo de la historia de un hombre de Dios en su relación con Dios. Un ministro de la Palabra debe poder tener una historia con Dios, es decir, experiencias espirituales. Tiene que poder reconocer el día que fue salvo, el día en que Dios le manifestó su gloria, y también el día cuando Dios lo envió. Esas cosas ocurren entre Dios y el hombre, en una intimidad profunda y maravillosa. Ese es el sello de su servicio posterior.
El circuito del ministerio de la palabra
(Isaías 6:1-9 y Romanos 10:13-15)
1. Dios muestra su gloria 2. El hombre desmaya y es limpiado 3. Dios llama Entre Dios y el enviado 4. El hombre se ofrece 5. Dios envía al hombre con un mensaje | Entre Dios y el enviado El enviado OYE |
6. El enviado predica 7. Las gentes oyen 8. Las gentes creen Entre el enviado 9. Las gentes invocan al Señor y las gentes 10. Las gentes son salvas | Entre el enviado y las gentes El enviado HABLA |
Veamos ahora los siguientes puntos (6 al 10). Para eso, vamos a Romanos capítulo 10, versículos 13 al 15 a: "Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?". Si ustedes se fijan en nuestro diagrama, cada uno de los puntos del 6 al 10. Estos cinco hechos ocurren entre el ministro y las gentes a las cuales ministra. Ahora tenemos el cuadro completo. Este es un ciclo, del 1 al 10, que nuevamente se puede repetir, porque podemos agregar un número 11, que sería el mismo número 1. Y así el ciclo va avanzando y así ha llegado hasta nosotros.
Para lo que nos interesa ahora, en la parte práctica, vamos a ver sólo los puntos 5 y 6. En el punto número 5, siguiendo la flecha hacia la derecha, tenemos al ministro que oye, y luego, en el punto 6, tenemos al ministro que habla. Estos dos momentos (oír y hablar) son los más importantes para un ministro de la Palabra en el ejercicio de su servicio.
Vamos a referirnos un poco ahora acerca de lo que significa oír a Dios para poder luego hablar de parte de Dios.
Oír a Dios
Nadie puede hablar de parte de Dios sin haber oído primero a Dios. Así que, primeramente, el enviado oye. Oír bien es la mitad del trabajo de un ministro de Jesucristo. A nosotros nos cuesta oír porque somos más dados a hablar. A veces ocurre que hay dos personas conversando. Cada uno está tan interesado en hablar, que no escucha al otro. Como ministros de la Palabra pudiera sucedernos algo así. Nos gusta tanto subirnos a un púlpito y tener personas que nos oigan (podemos hablar de "lo divino y lo humano"), que no sabemos escuchar. Quisiéramos hablar de todas las cosas que hemos aprendido, y demostrar toda nuestra sabiduría. Pero el peligro de ello está en que podríamos hablar muchas cosas que el Señor nunca nos pidió que habláramos. ¿Cómo podemos evitar este peligro?
Tenemos, primeramente, que entrar en el secreto del Señor y aprender a oír a Dios. Jeremías capítulo 23. Desde el versículo 9 en adelante Jeremías habla acerca de los falsos profetas. Dios está enojado con los profetas que hablan lo que él nunca mandó. Y una de las recriminaciones dice, en el versículo 18: "Porque ¿quién estuvo en el secreto de Jehová, y vio, y oyó su palabra? ¿Quién estuvo atento a su palabra, y la oyó?". El Señor hace una pregunta que no tiene una respuesta afirmativa. Él tiene su corazón destrozado, porque a él le tienen la boca cerrada. Lo tienen amordazado. Ninguno de los profetas se acerca a él para preguntarle: "Señor, ¿qué quieres tú decir?". Cada uno va corriendo con su propio mensaje. El Señor está triste aquí; su corazón está quebrantado. Todos están entretenidos en sus juegos espirituales, aceptando invitaciones y predicando por todas partes. Pero nadie entró en el cuarto secreto para decirle: "Señor, ¿tienes algo que hablar a tu pueblo?"
En el versículo 22 agrega: "Pero si ellos hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo, y lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras". "Si hubieran estado en mi secreto, habrían hecho oír mis palabras a mi pueblo …" Hay que estar en el secreto de Dios, oírle a él, y luego hablar sus palabras a su pueblo. Son sus palabras para su pueblo. El profeta no tiene nada que ver con eso. Ni son sus palabras, ni es su pueblo. "Lo habrían hecho volver de su mal camino, y de la maldad de sus obras". Cuando el hombre escucha al hombre, siempre tiene contra-argumentos. Porque las ideas siempre son confrontadas con otras ideas. Si usted meramente escucha al hombre, probablemente tenga mejores argumentos que él. Mientras él habla usted va hilvanando contra-argumentos. Pero eso no edifica; antes bien, usted se fortalece en su posición. Pero cuando Dios habla, toda boca enmudece. Todo pensamiento es traído cautivo a Cristo. No hay contra-argumentos. ¡Aleluya!
Necesitamos oír al Señor, para que él dé su Palabra a su pueblo. Somos sólo intermediarios. Somos sólo un canal que lleva el agua de la vida. No tenemos vida en nosotros. Nuestros razonamientos son bajos, nuestros pensamientos son viles. Somos torpes en nosotros mismos; sólo Dios sabe.
Cuando nosotros entramos en el secreto del Señor, entonces él en su gracia - si es que a él le place, si nos acercamos con humildad, si nos despojamos de nuestra sabiduría- él despertará nuestro oído para poder oír. Ninguno tiene el oído capacitado para oírle. ¿Quién podría oír al Santo y al Verdadero? Sólo aquel a quien primero él le abre el oído.
En Isaías 50:4 y 5 tenemos unas palabras maravillosas: "Despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fue rebelde, ni me volví atrás". Tal vez sea una osadía lo que voy a decir, pero creo que el que habla aquí es el Señor Jesús. Si nosotros vemos en el evangelio de Marcos, capítulo 1 versículo 35, leemos: "Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba". ¿Qué hacía el Señor a altas horas de la madrugada en el campo desierto, sino decirle al Padre: "Despierta, Señor, mi oído para que oiga como los sabios, para que después cuando vaya al pueblo pueda hablar palabras al cansado?".
El ministro de la Palabra es un seguidor de Cristo. Jesucristo fue el primer ministro de la Palabra. Tenemos que seguir su ejemplo. Orar temprano en la mañana para que Dios abra el oído es un privilegio de todo ministro de la Palabra. ¿Sabían ustedes que en el libro de Job dice que Dios visita la tierra de madrugada para ver qué corazón se inclina a él? ¿Quién está vigilante para escucharle a él? (7:17-18,21; 8:5-6). Abrir el oído no es una facultad humana. Por eso es un privilegio para nosotros, es nuestra honra, nuestra riqueza, poder oír a Dios, para luego poder hablar de parte de Dios a su amada iglesia.
La soberanía de Dios nos sobrecoge. ¿Qué, si Dios no quisiera hablar? En los días de Elí -y del niño Samuel- escaseaba la palabra de Dios. No había visión. Los pecados habían aumentado; se había corrompido el sacerdocio; los profetas habían ido cada uno a sus labores. Nadie entraba en el secreto de Dios. Dios no podía hablar. Que el Señor nos conceda su gracia para poderle oír siempre.
Luego que el Señor abre nuestro oído, él pone sus palabras en nuestro corazón. Ese es un acto de revelación. Tal vez hemos leído dos capítulos de la Biblia y de pronto una frase se destaca, el 'logos' se transforma en 'rhema', esa palabra se prende en el corazón; hace que nuestro corazón se encienda. Entonces podemos decir: "Tengo la Palabra"; esto es lo que el pueblo necesita. Ezequiel el profeta dice que esa palabra venía a su corazón y ardía. (3:10-11).
Allí, en el secreto del Señor, un ministro de la Palabra deberá recorrer las páginas de la Escritura como un buscador de tesoros. Puede haber muchas páginas cerradas para él, pero de pronto comienzan a abrirse. Es como encontrar un filón de oro. ¿Podemos ver que la Palabra de Dios es más preciosa que el oro? ¡Oh, la Palabra de Dios es maravillosa, porque ella nos sana, ella nos alienta, ella nos corrige!
El salmo 119 habla enteramente sobre la Palabra de Dios. Es el salmo más largo de todos. A simple vista pareciera ser un poco repetitivo, porque en cada uno de sus versículos se habla de ley, mandamiento, palabra. Pero, ¡cuánta riqueza hay allí! Ministro de la Palabra: ¿has llorado alguna vez leyendo ese salmo? ¿Has sentido tu corazón como un desierto clamando a Dios por su palabra viva? ¿Has convertido el salmo 119 en una oración con lágrimas? "Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata". "Me anticipé al alba y clamé; esperé en tu Palabra". "Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandamientos", "Desfallece mi alma por tu palabra; es más valiosa que el oro puro", me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos"; "por heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón", "Tus testimonios son mi delicia y mis consejeros", "Cuán dulces son a mi paladar tus palabras, más que la miel a mi boca".
Creo que el Señor Jesús leyó muchas veces este salmo en esos períodos de oración matutina. Con gran clamor y lágrimas derramaba su corazón delante del Padre. En eso nos dio ejemplo a todos nosotros. Cuando comenzamos a oír a Dios, los sentidos espirituales se agudizan. Entonces podemos percibir su voluntad más claramente.
Las palabras del Señor en nuestro corazón se convierten en una carga. En los libros de Nahum, Habacuc y Malaquías - tres profetas del Antiguo Testamento - en el primer versículo de sus respectivos libros, donde algunas versiones traducen "profecía de …", en realidad es "la carga de …" Ellos no recibían la palabra sólo en su mente, sino en su espíritu. Y esa palabra se transformaba en una carga que tenía que ser liberada. Si la Palabra de Dios no llega a ser una carga en el corazón, entonces las palabras que el profeta después hable serán vacías, y sin peso espiritual. La Palabra de Dios es como una espada de dos filos, es como un martillo que quebranta la piedra. "¿Qué tiene que ver la paja con el trigo?", dijo el profeta. La paja es lo que el hombre puede hablar de sí mismo; el trigo es la preciosa palabra que da alimento al pueblo de Dios.
Es necesario, entonces, oír a Dios antes de poder hablar de parte de Dios.
Hablar de parte de Dios
Ahora estamos en condiciones de pararnos frente a la iglesia. Pero respecto de este "hablar", vamos a hacernos dos preguntas: ¿Qué hablaremos? Y ¿cómo hablaremos?
En primer lugar, ¿qué hablaremos? El ministro de la Palabra del Nuevo Testamento tiene un solo tema: el Señor Jesucristo. Pablo a Timoteo le dice en cierto lugar: "Acuérdate de Jesucristo". Esta es una frase que nos sorprende. ¿Acaso Timoteo no era fiel en su servicio al Señor? Sí, pero a Timoteo le trocó vivir en un tiempo muy crucial. Eran días de apostasía. La fe estaba decayendo. Los hombres se estaban apartando de la recta doctrina. Puedo imaginar a Pablo diciéndole desde el fondo de su corazón: "Timoteo, no te olvides de Jesucristo. Los demás podrán ir detrás del mundo, detrás de otras doctrinas, genealogías y detrás de la ciencia, pero tú, acuérdate de Jesucristo".
Nuestros días son muy parecidos a los de Timoteo. También son días de gran oscuridad, donde precisamos acordarnos especialmente de Jesucristo.
Pero Jesús no es sólo el tema del discurso, sino que es el discurso mismo. Jesús no es sólo el tema de nuestra predicación, es la predicación misma. En Juan 1:1 dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios". Eso nos habla de la eternidad pasada, de la comunión entre el Padre y el Hijo. Nadie tenía acceso a Dios, ni podía conocerle. Hasta que vino el Hijo de Dios (el Verbo o la Palabra) y le dio a conocer (Juan 1:18). En Hebreos 1: 2 dice: "En estos postreros días nos ha hablado por el Hijo". La palabra "por" podría traducirse también "en". "Dios nos ha hablado en el Hijo …" No sólo por las palabras del Hijo, porque Cristo mismo es un mensaje. Cristo es el mensaje de Dios para nosotros.
Esto no debe sorprendernos. Los profetas del Antiguo Testamento también eran ellos mismos un mensaje para el pueblo de Israel. Jeremías y Ezequiel, por ejemplo, no sólo predicaban, sino que ellos mismos eran un mensaje para el pueblo. Jeremías tuvo que llevar por mucho tiempo un yugo en su cuello, y cuando los judíos lo veían caminar así no podían dejar de ver el mensaje que él tenía que darles aun sin oírlo: Ellos serían llevados cautivos.
¿Qué diremos de Ezequiel? En el capítulo 24 de su libro, leemos: "Hijo de hombre, he aquí que yo te quito de golpe el deleite de tus ojos; no endeches, ni llores, ni corran tus lágrimas. Reprime el suspirar, no hagas luto de mortuorios; ata tu turbante sobre ti, y pon tus zapatos en tus pies, y no te cubras con rebozo, ni comas pan de enlutados. Hablé al pueblo por la mañana, y a la tarde murió mi mujer; y a la mañana hice como me fue mandado" (vs.16-18). Estas palabras son terribles. Ezequiel amaba a su mujer, tanto, que ella era el deleite de sus ojos. Un día ella murió. Pero no murió por azar, ella murió por una razón muy clara. Con su muerte, Dios le estaba mostrando al pueblo de qué forma Israel iba a perder el deleite de sus ojos -que era el templo. Así Ezequiel mismo, y aun su esposa, fueron un mensaje para el pueblo. Los sufrimientos de Ezequiel eran los sufrimientos de Dios por el pueblo.
Jesucristo no sólo es el tema del discurso, sino que es el discurso mismo. Cuando escuchamos a un ministro de la Palabra, podemos darnos cuenta de si él está predicando acerca de Cristo o si él nos está ministrando a Cristo. Si es sólo información acerca de Cristo, eso llegará apenas a nuestra mente, pero pudiera ser que al escucharlo, nosotros escucháramos a Cristo hablándonos, amándonos y sufriendo por nosotros.
En tal caso, él nos está ministrando a Cristo. Su predicación es tan vívida, tan real, que nosotros podemos percibir a Cristo, con los brazos extendidos recibiéndonos o con su mano acariciándonos. Eso es Cristo ministrado; no información acerca de Cristo, sino Cristo mismo, y cuando Cristo nos es ministrado entonces nuestro corazón es quebrantado. Si el Señor nos permite, hablaremos no sólo por hablar, sino ministraremos Jesucristo.
Todos los mensajes de un ministro de la Palabra, por muy variados que sean, han de apuntar a Cristo como los radios de una circunferencia van desde el punto exterior a su centro. Como en la rueda de una bicicleta. Cristo está en el centro. Cada uno de los rayos puede ser un tema de la Biblia. Pero todo tiene que concluir y explicarse en Jesucristo. Es verdad, nuestro tema puede ser muy variado, porque es necesario abarcar todo el consejo de Dios. Pablo dice: "No dejé de enseñarles a usted nada que no fuera provechoso". Pero si el ministro de la Palabra no puede traer el tema y centrarlo en Cristo, entonces quedará a mitad de camino. No habrá cumplido su objetivo; la iglesia no podrá contemplar una nueva vislumbre de Cristo.
Los muchos temas de la Biblia, los muchos libros de la Biblia, tienen como único objetivo mostrar las diversas bellezas de Cristo. ¿Por qué hay cuatro evangelios? Porque Cristo es demasiado maravilloso y grande, y uno no hubiera bastado. ¿Por qué hay 66 libros en la Biblia? Porque cada uno nos muestra una vislumbre diferente de la maravillosa persona de Jesús. Incluso el libro de Levítico y Números. Incluso 2 Crónicas y Job. Incluso Eclesiastés.
Que el Señor nos conceda la gracia para poder verlo y entenderlo en todas las páginas de la Biblia. Un escritor decía: "Todos mis libros son capítulos de una gran confesión". Para un ministro de Cristo, todas sus predicaciones son parte de un solo y gran mensaje: Jesucristo. Él es todosuficiente. ¡Bendito es el Señor!
Cómo hablar
Para terminar, diremos algo acerca de cómo hablar. Dios se comunica con nosotros por medio de un acto de revelación a partir de las Sagradas Escrituras. Esta revelación es operada por el Espíritu Santo directamente a la intuición, que es una de las facultades de nuestro espíritu. Si nuestra intuición no es sensible no podrá recibir visiones o revelaciones de Dios. Si el alma no está quebrantada, ella tendrá un dominio sobre nuestro espíritu, y le impedirá recibir una revelación de parte de Dios.
Nosotros necesitamos experimentar el quebrantamiento del alma para que nuestro espíritu pueda tocar el Espíritu en las Escrituras y recibir así revelaciones de Dios. Luego el enviado, cuando está en el púlpito, compartirá la revelación que ha recibido. Sin embargo, allí se encuentra con una seria limitación. Él no puede provocar la misma visión que ha recibido en sus oyentes. No lo puede hacer con sus palabras. La visión es un acto intuitivo y el mensaje es un acto discursivo, compuesto de palabras. La visión es única y la recibimos de una sola vez, en cambio el discurso está compuesto de muchas palabras. El mensaje del ministro de la Palabra intentará describir esa visión, y cuando él lo está haciendo por el Espíritu, en algún momento, el mismo Espíritu que le dio a él la revelación, la va a reproducir en los oyentes. Entonces el que está oyendo podrá decir: "Lo he visto; lo entiendo; ahora sé". Así, una visión inefable y maravillosa se ha vertido al lenguaje común, y en el corazón del oyente se ha replicado esa misma visión. No es con lengua de ángeles: son palabras humanas. No palabras altisonantes, sino las palabras sencillas, las que pone el Espíritu Santo.
En 1ª Corintios 2:13 dice: "Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu …". Esta es la lengua de sabios de que se habla en Isaías 50:4: "Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado". Cuando el ministro habla con las palabras del Espíritu, no sólo se produce la comprensión del discurso, sino que se repite el acto de revelación en el corazón del oyente, y cuando esto se cumple, entonces la iglesia dice: "Dios nos habló" Entonces el ministro de la Palabra habrá cumplido su misión. Ese es su objetivo. No es otro. Cada uno tendrá que poder decir: "El Espíritu me habló, me enseñó, me corrigió, me exhortó, me alentó, me consoló". Entonces, si esto se cumple, las gentes habrán sido salvas, y la iglesia habrá sido edificada.
Ahora la iglesia está en condiciones de que cada miembro del cuerpo comparta con otros la vida que ha recibido. No la información solamente, sino la vida que ha recibido. Aquello que de Cristo ha visto, él lo podrá compartir con otros. Y cuando comienza a producirse la mutualidad, y el intercambio, uno dice: "Yo vi esto de parte del Señor", y otro dice: "Yo vi esto otro de parte del Señor". Y cuando se lo comparten mutuamente ya Dios no habló una sola cosa, habló dos cosas, o diez cosas, y la iglesia es enriquecida, es fortalecida, y crece hasta la estatura de Cristo. Ella es hermoseada, ella es santificada. ¡Dios le ha hablado!
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