miércoles, 27 de mayo de 2009

La iglesia ministra

La iglesia ministra

Eliseo Apablaza

Hay dos cosas que ayer quedaron en el tintero sobre los ministros de la Palabra. No me quedaría tranquilo si, al menos, no las menciono.

La primera de ellas es que os ministros de la Palabra siempre deben tener en cuenta que la iglesia es una mujer. Aunque en la iglesia hay hombres, la sensibilidad de la iglesia es la sensibilidad de una mujer. Ella tiene la sicología de una mujer, y la delicadeza de un vaso más frágil. El Señor nos manda a tratar a la mujer como a un vaso frágil. Los ministros de la Palabra no deben olvidarlo al momento de hablar a la iglesia. Si ellos hablan con dureza a la iglesia, el espíritu de la iglesia -el Espíritu Santo que está en ella- se contrista. Y el Señor podría reconvenir al ministro diciéndole: "¿Por qué has maltratado a mi amada?". Cuando un ministro de la Palabra maltrata a la iglesia, produce herida y rebelión.

Él no puede imponer su autoridad a la iglesia delicada. Sería una torpeza tan grande como la del marido cuando trata de imponer su autoridad a la esposa. La autoridad se establece sobre la base del amor. Es algo que se genera espontáneamente como fruto del amor. Aun la reprensión debe ser hecha en amor.

La segunda cosa es esta: Los ministros de la Palabra no pueden servir en solitario, sino siempre en equipo. En los dos días anteriores hemos hablado de los ministros de la Palabra en cuanto individuos; en su formación y su servicio. Esto podría hacer pensar que los ministros de la Palabra pueden realizar su ministerio en solitario. Pero no es así. En Hechos capítulo 13 encontramos a varios profetas y maestros de la Palabra que están juntos ministrando al Señor. Pablo no iba solo a hacer la obra: había un equipo de personas. Los ministros necesitan ser regulados y sujetarse unos a otros. El quipo de ministros es una salvaguarda para posibles distorsiones doctrinales y herejías. También es un resguardo para evitar liderazgos únicos y autoritarios. Todos los ministros deben tener equilibrios. Tiene que haber quienes sean capaces de regularlos, de decirles las cosas e, incluso, de disciplinarlos.

Vamos ahora a lo que nos corresponde ver hoy.

Dos niveles de ministración

Leamos nuevamente Efesios capítulo 4, versículos 11 al 16: "Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor".

En este pasaje encontramos dos niveles de ministración de Cristo en la iglesia. El primero es el de los ministros de la Palabra, en el versículo 11. Desde el versículo 12 al 16 aparece el segundo nivel que corresponde a todos los santos. Como ustedes se dan cuenta, se da mucho más relevancia al servicio de todos los santos que al de los ministros de la Palabra.

Al comienzo del versículo 12 se dice: "A fin de perfeccionar a los santos" Perfeccionar es "equipar", "capacitar". Luego, todo el trabajo que viene a continuación lo desarrollan los santos que ya han sido equipados y capacitados. Si entendemos claramente estos dos niveles de edificación, eso puede producir una transformación en toda la iglesia. Si ustedes se fijan en el versículo 12, no hay una coma después de la palabra "santos". Dice: "A fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio". Si hubiera una coma después de "santos", entonces la expresión "para la obra del ministerio" estaría referida a los ministros del versículo 11. Pero no es así. Tanto la obra del ministerio como la edificación del cuerpo de Cristo corresponden y descansan sobre todos los santos.

Si nos fijamos bien, el desarrollo de la idea en este pasaje no concluye en el versículo 11 ó 12, sino en el 16. Y en el 16 tenemos a todo el cuerpo funcionando. El propósito de Dios no está centrado en los ministros de la Palabra, sino en que todo el cuerpo funcione para alcanzar la estatura de la plenitud de Cristo.

Dones, ministerios y operaciones

En este pasaje de Efesios tenemos, en el versículo 8, los dones; en el 11 los ministerios, y en el 16 tenemos las actividades u operaciones propias de cada miembro. Tenemos dones, ministerios y actividades (u operaciones). Si vamos a 1ª Corintios 12, versículo 4, encontramos los dones; en el versículo 5 los ministerios; y en el versículo 6 las operaciones. ¿Se dan cuenta que es el mismo orden de Efesios capítulo 4? Primeramente están los dones, que dan lugar a los ministerios, pero luego están los ministerios, que dan lugar a las operaciones. Están en el orden correcto, en el mismo orden de Efesios 4.

Luego, vemos que los dones están asociados al Espíritu (v.4); los ministerios al Señor (v.5), y las operaciones, a Dios el Padre (v.6). De la misma manera como el Señor es mayor que el Espíritu, también lo son los ministerios que los dones. Y de la misma manera como el Padre es mayor que el Señor, lo son las operaciones a los ministerios. De manera que los dones, los ministerios y las operaciones están ordenados de manera ascendente. Y este es, precisamente, el valor que Dios le asigna a cada uno.

Así que, los dones no son un fin en sí mismos: ellos son dados para generar ministerios. Los ministerios tampoco son fines en sí mismos: ellos son dados para que la iglesia actúe. En el griego la misma palabra que se traduce como "operaciones" aquí en el versículo 6 de 1ª Corintios 12, se traduce como "actividades" en Efesios 4:16. Lo que tratamos de decir es que lo principal en el objetivo de Dios, en el plan de Dios, es que la iglesia, toda la iglesia, todos los miembros del cuerpo, funcionen y desarrollen su ministerio.

Miembros de Cristo

Para nosotros no es tan difícil creer que los santos son miembros del cuerpo de Cristo, pero la Biblia nos sorprende muchísimo cuando va más allá de eso, para decirnos que nosotros somos miembros de Cristo. No sólo del cuerpo de Cristo, sino de Cristo mismo. Veamos 1ª Corintios 12, versículo 12: "Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo". Al final de este versículo no dice "así también el cuerpo de Cristo", sino "así también Cristo". Eso significa que nosotros no sólo somos miembros del cuerpo de Cristo, sino que somos miembros de Cristo. Ver esto es para saltar de gozo. Es casi como para poder decir: "Yo también soy Cristo".

Cuando el Señor se le apareció a Pablo camino a Damasco, le dijo: "Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?". El Señor estaba en el cielo, en tanto Pablo perseguía a los cristianos en la tierra. Pero él estaba persiguiendo a Cristo. ¿Se alegran ustedes de saber que son miembros de Cristo?

En Romanos 11 versículo 16 dice, en la segunda parte, "Y si la raíz es santa, también lo son las ramas". ¿Se fijan que en una planta la raíz y las ramas son de la misma naturaleza? Si la raíz es santa, las ramas son santas. Si la vid es santa, los pámpanos son santos. Tal como Cristo es, así somos también nosotros. Es maravilloso saber lo que hemos sido hechos por Dios en Cristo. ¡Somos hechos participantes de la misma naturaleza de Dios!

Usted se acuerdan de Adán y Eva, de cómo fue abierto el costado de Adán y de allí el Señor sacó a Eva. Es lo mismo que sucedió en la cruz cuando Dios permitió que el costado del Señor fuera abierto para que de ahí surgiera la iglesia. ¡Eso es maravilloso! Nosotros surgimos del costado de Cristo, de sus mismas entrañas. Matthew Henry, un comentarista bíblico del siglo XVII dijo: "Eva no fue tomada de la cabeza de Adán para que estuviese sobre él, o de los pies de Adán para que fuese pisoteada por él, sino del costado de Adán para que fuese acogida y amada". La iglesia ocupa el mismo lugar en el corazón de Cristo. Salimos de allí y nos recostamos allí. Tenemos la misma naturaleza.

Dos tareas que desarrollar

1. La obra del ministerio

Según Efesios 4:12, el cuerpo de Cristo tiene dos tareas que desarrollar: La obra del ministerio y la edificación del cuerpo de Cristo. Un obrero chileno, Rubén Chacón, ha interpretado que la obra del ministerio es la predicación del evangelio hacia los perdidos. Para decir eso se basa en 2ª Corintios 5:18, donde dice: "Y nos dio el ministerio de la reconciliación". Este ministerio de la reconciliación sería "la obra del ministerio". Es decir, somos embajadores en nombre de Cristo. Nosotros estamos encargados por Dios para hacer que el hombre se reconcilie con Dios.

Entonces, una primera forma como nosotros ministramos Cristo a los demás es ministrando el evangelio de Cristo a los perdidos. El hermano Watchman Nee, en una de sus últimas enseñanzas antes de ser encarcelado, habló sobre el ministerio de todos los santos. Él estaba muy preocupado porque los hermanos de las iglesias en China estaban muy acostumbrados a escuchar hermosos mensajes. El mejor horario del día domingo ellos lo utilizaban para oír mensajes. Él dijo: "Eso debe ser cambiado". Ese horario dedicado a escuchar mensajes lo vamos a transformar en horarios para hacer que la gente venga y escuche el evangelio. Y luego, hizo descansar esas reuniones no sólo sobre el predicador del mensaje, sino que encargó a todos los hermanos que ellos deberían evangelizar trayendo a la gente a las reuniones. Y dio instrucciones muy claras y precisas acerca de qué ellos deberían hacer para ayudar a que la gente se entregara al Señor.

Ministrando Cristo a los perdidos

Veamos en Mateo capítulo 14, versículos 14 al 21:

"Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos. Cuando anochecía, se acercaron a él sus discípulos, diciendo: El lugar es desierto, y la hora ya pasada; despide a la multitud, para que vayan por las aldeas y compren de comer. Jesús les dijo: No tienen necesidad de irse; dadles vosotros de comer. Y ellos dijeron: No tenemos aquí sino cinco panes y dos peces. Él les dijo: Traédmelos acá. Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud. Y comieron todos, y se saciaron; y recogieron lo que sobró de los pedazos, doce cestas llenas. Y los que comieron fueron como cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños."

Este pasaje de la multiplicación de los panes es muy conocido por todos. Aquí nosotros encontramos aquí una alegoría de lo que significa ministrar Cristo a los perdidos. Los miembros más sencillos del cuerpo no necesitan preparar sermones para compartir a Cristo. Ellos tienen que hacer lo que hicieron los discípulos aquí. Ellos toman el pan partido de las manos de Cristo y simplemente lo entregan a la multitud. Veamos tres cosas aquí:

La gente tiene hambre. El mundo necesita conocer a Cristo. Ellos tienen un hambre que no puede ser saciada. Ellos no deben ser enjuiciados, sino ser compadecidos. El Señor se compadeció de esa multitud porque hacía mucho que no comían. Nosotros también somos llamados a tener la misma compasión, porque la gente que nos rodea hace mucho tiempo que no come.

El Señor no entregó el pan directamente a la gente; Él les encomendó la tarea a los discípulos. Ellos fueron los intermediarios, como esos embajadores en nombre de Cristo que reconcilian a los hombres con Dios. Cristo es impartido así. Es el pan que es compartido. Es el alimento que está al alcance de todos, que todos pueden comer. Si los discípulos hubieran repartido otro alimento, tal vez no a todos les hubiera hecho bien. Nosotros solemos rechazar algunos alimentos porque no nos caen bien. Pero nadie rechaza el pan. Aquí el pan es Cristo, que sacia la necesidad del hombre.

La gente queda enteramente satisfecha. Nosotros podemos tener la seguridad que cuando ministramos a Cristo, ellos quedarán satisfechos. Toda esa multitud quedó tan satisfecha, que sobraron doce cestas llenas de pedazos.

Cristo también sacia la sed, porque él nos da a beber de su Espíritu. ¿Se acuerdan de la mujer samaritana? Ella iba a buscar agua al pozo. Ella tenía que ir todos los días a buscar agua al pozo. Su sed no se saciaba nunca. El Señor le dijo: "Dame agua del pozo, y yo te voy a dar agua de mi fuente. Entonces nunca más tendrás sed". Dame el agua que no sacia, y yo te daré un agua que te va a saciar". El agua del pozo representa el alma; el agua de la fuente representa al Espíritu. Dame tu alma, yo te daré mi espíritu. "Dame tu alma que no te sacia; yo te daré el agua de mi espíritu que te saciará enteramente". Con seguridad, Cristo sacia el hambre y la sed. ¡Aleluya! ¿Podemos decir ¡aleluya!? ¿Ustedes están saciados? ¡Aleluya!

Confesando al Señor con la boca

Ahora, cuando un hambriento recibe el pan o el sediento recibe agua él debe abrir la boca. ¿Ha intentado darle remedio a un niño cuando no quiere recibirlo? Si no abre su boca tú no puedes dárselo. Es un gran problema abrirle la boca a alguien que no quiere abrirla. Cuando tú le ministras a Cristo es necesario que ellos abran su boca, para que así reciban el pan. Por eso es que el apóstol Pablo enseña tan claramente que cuando alguien cree en el Señor debe confesar con la boca. La enseñanza del apóstol Pablo es que si tú confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Recién cuando alguien confiesa el nombre del Señor, y confiesa que Jesús es el Señor, podemos tener la certeza de que ha recibido a Cristo. Hay personas que no puede confesar que Jesús es el Señor. Ellos parecen estar dispuestos a recibir al Señor, pero cuando les decimos: "Confiese que Jesús es el Señor" y algunos no pueden hacerlo. Algunos están tan atados por demonios, que los demonios no les dejan confesar al Señor. Entonces cuando ellos confiesan al Señor - la fe no es algo ambiguo - ellos no creen en Dios solamente - porque el diablo cree en Dios y tiembla - El Señor dijo: "Creéis en Dios, creed también en mí". Entonces, la seguridad de que alguien cree en Jesucristo, tanto para nosotros como para él, es que confiese que Jesús es el Señor.

Esto no se trata de una doctrina de invocación. No estoy enseñando la doctrina de la invocación del nombre del Señor como un ritual, sino como un acto de fe. Cuando tú confiesas, esa confesión es la expresión de tu fe. Y eso es lo que permite que esa fe se plasme en el corazón.

2. La edificación del Cuerpo de Cristo. Ministrando Cristo a los santos

Una primera tarea de todo el cuerpo de Cristo es ministrar Cristo a los incrédulos. Eso es hacia fuera de la iglesia. Pero cuando dice en Efesios 4:12: "La edificación del cuerpo de Cristo" se refiere a la ministración hacia adentro de la iglesia. ¿Cómo nosotros ministramos Cristo unos a otros en la iglesia? ¿Recuerdan lo que dice Efesios 4:15 y 16? "Crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo" (v.15). La edificación del cuerpo siempre se realiza en Cristo, que es la Cabeza. Como si esto fuera poco, en el versículo 16 se reitera la idea: "De quien todo el cuerpo". Esa palabra "quien" se refiere a Cristo, la cabeza. Entonces, la edificación del cuerpo consiste en recibir de Cristo la vida. Y noten ustedes que en estos dos versículos, el 15 y el 16, se muestra que la iglesia es un cuerpo.

En la Biblia, la iglesia aparece representada con diversas figuras. Es una familia, es una ciudad, o es una mujer, pero aquí tenemos que es un cuerpo. Y desde el punto de vista del funcionamiento de la iglesia, la figura más práctica y valiosa es la del cuerpo. Piense en su cuerpo Usted es consciente de su cuerpo. Vea usted cómo su cuerpo necesita de la cabeza para funcionar armónicamente. Entonces, si nosotros observamos el funcionamiento del cuerpo, podemos ver cómo se edifica la iglesia.

Veamos algunos principios del funcionamiento de la Iglesia como cuerpo, para extraer de ellos algunos lecciones acerca de cómo ministrar Cristo a la iglesia.

Todos los miembros están unidos a la Cabeza

Un primer principio es que todos los miembros están unidos a la Cabeza. En la iglesia no hay ningún hermano que pueda desconectarse de Cristo y seguir funcionando en el cuerpo. Si un hermano se desconecta de Cristo, aunque él no abra su boca para decir "yo estoy lejos de Cristo", rápidamente será detectado, porque en la iglesia existe una "conciencia de cuerpo". Cuando la iglesia funciona como cuerpo, somos conscientes unos de otros, de la muerte o la vida que fluye de otros, aunque no digamos nada. No sé si a usted le ha pasado esto alguna vez: usted siente en su corazón dolor por un hermano sin saber qué pasa con él. Usted presiente que está en malos pasos. Al poco tiempo usted supo que él había pecado. Pero usted ya lo sabía. ¿Cómo lo sabía? Porque él y usted son miembros del mismo cuerpo.

Cada miembro en particular depende de Cristo. No es que los ministros de la Palabra dependan de Cristo y el resto de los hermanos dependan de los ministros. La Iglesia no es una pirámide. Es un cuerpo. En una pirámide, cada estrato se asienta sobre el inferior. Y entre el primer nivel y el último hay mucha distancia. Hay muchas interferencias. En la iglesia, todos estamos muy cerca de Cristo. Ninguno está más cerca de Cristo que otro. El más pequeño y el mayor, el más nuevo y el más antiguo, todos están igualmente cerca de Cristo.

Todos los miembros del cuerpo están conectados entre sí.

Un segundo principio, es que todos los miembros del cuerpo están conectados entre sí. No sólo están unidos a la Cabeza, sino que también están conectados entre sí. Por tanto, no nos puede ser indiferente lo que ocurra con los demás miembros. Lo que le ocurre a cada miembro afecta a todo el cuerpo.

Ahora, para entender más claramente lo que estamos explicando, tenemos que limpiarnos de la idea de la iglesia como si fuera una institución. La iglesia se ha institucionalizado en muchos contextos. Allí no hay un cuerpo sino que hay una organización. Y en una organización este una relación a partir de las funciones, no una relación orgánica. Y en una organización hay jerarquías y hay dependencias normalmente unilaterales. El jefe no necesariamente le pide su opinión al subordinado para tomar decisiones. La organización funciona mejor cuando la autoridad es vertical. Pero la iglesia no es una institución.

No puede sernos indiferente lo que sienta el último miembro, el más pequeño, el más nuevo. El más maduro de los hermanos no puede desarrollar su ministerio libremente si hay algo que él tiene contra un hermano pequeño, o que tiene un hermano pequeño contra él. En una organización el empleado menor que tiene problemas con el jefe, es despedido. En la iglesia no. El hermano más maduro, el más antiguo, el más dotado, tiene que preocuparse si ese hermano pequeño tiene problemas con él. En vez de pedirle explicaciones de por qué tiene problemas con él, tiene que decirle: "Hermano amado, ¿en qué te he ofendido? Perdóname".

El Señor le exige más al que tiene más. Cuando hay conflictos entre los hermanos en la iglesia, el que tiene que perder más, bajar más, es el hermano mayor. ¿En qué conocemos cuáles hermanos son los más maduros? En que son aquellos que se humillan más, que van primero al encuentro del otro para pedir perdón. En la iglesia es muy importante quién da el primer paso. El primer paso para la reconciliación lo da el hermano mayor. En la iglesia todos están sujetos a Cristo. Si yo hiero a mi hermano, hiero a Cristo. Si yo amo a mi hermano, y lo cubro, yo amo al Señor.

La no exclusión

Un tercer principio es el de la no exclusión. Nadie excluye al otro. Todo miembro forma parte del cuerpo. Todos son importantes en la iglesia, incluso los pequeños, los carnales y torpes. A veces los hermanos no quisieran que existieran en la iglesia los hermanos pequeños o carnales. O hermanos que son a veces poco honrosos. Sin embargo, el Señor los ha puesto sabiamente en la iglesia, para que los demás aprendamos más acerca de la paciencia, acerca de la gracia y para que no tengamos éxitos propios que exhibir hacia fuera, hacia los demás. Sería terrible que nosotros pudiéramos decir: "En mi iglesia -como suele decirse- todos los hermanos son espirituales, todos los hermanos son crecidos". Siempre hay hermanos pequeños, pero ellos también forman parte del cuerpo. La Escritura dice "hasta que todos lleguemos". Todo el cuerpo.

En una parábola del Señor, la parábola de los talentos, encontramos que hay hermanos de cinco talentos, de dos talentos y de un talento. En la iglesia hay muy pocos hermanos de cinco talentos. De dos hay algunos más, pero la mayoría tiene uno. Pero el hermano Nee dijo: "Cinco hermanos de un talento equivalen a un hermano excepcional de cinco talentos". Eso es maravilloso. No tenemos hermanos de cinco talentos. Pero si sumamos todos los de un talento, tenemos muchos hermanos de cinco talentos. Entonces, lo que es escaso, resulta que ahora abunda. ¡Oh, es maravilloso!

Ahora, ¿cómo hacemos que esos cinco hermanos de un talento rindan los frutos de un hermano de cinco talentos? ¡Es una difícil tarea! Pero es allí donde los ancianos de la iglesia tienen la principal responsabilidad. Ellos tienen que conocer las fortalezas y debilidades de cada miembro del cuerpo. No olvide que la Escritura los denomina "obispos". Y la palabra "obispo" significa "supervisor". Los ancianos deben tener una atenta observación de cada uno de los hermanos. Y tienen que tener la sabiduría y el discernimiento del Señor para asignarle a cada uno tareas que ellos puedan realizar. Los hermanos ancianos podrían estar siempre destacando los defectos de los hermanos pequeños. Eso es muy fácil hacerlo. Pero no es tan fácil identificar las virtudes de ese miembro defectuoso y ponerlas a funcionar.

Los ancianos son dados a la iglesia para que ellos hagan este trabajo de supervisión y para que hagan que todos los hermanos se sientan útiles. A veces hay en la iglesia trabajos que fácilmente uno o dos hermanos podrían realizar porque son muy dotados. Es fácil decirle a esos dos que se hagan cargo de todo. Pero nosotros debemos evitar esa comodidad y buscar el lado más difícil. Buscar a los otros menos dotados y ayudarlos a hacer las cosas, aunque haya que irlos apoyando vez tras vez. Corrigiendo una y otra vez. Y a veces recibiendo malas palabras de ellos. A veces los hermanos pequeños son difíciles de sobrellevar. Este es un precioso trabajo para los ancianos.

Mateo capítulo 18 está casi enteramente dedicado a los pequeños. Si ustedes leen el comienzo del capítulo 19 se dan cuenta que desde el capítulo 19 en adelante el Señor desarrolla su ministerio en Judea, Por lo tanto, la última enseñanza que el Señor entregó en Galilea, es la de los pequeños. Ustedes saben que Galilea era una región menospreciada. Cuando los judíos de Jerusalén decían que Jesús era un galileo, ellos decían eso arriscando la nariz.

Ahora bien, la última enseñanza que el Señor entregó en Galilea es acerca de los pequeños. Y lo que él dijo allí es maravilloso. Voy a leer sólo algunas frases: "Y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos". (v.3). "Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar" (v.6). "Mirad que no despreciéis a uno de estos pequeños; porque os digo que sus ángeles en los cielos ven siempre el rostro de mi Padre que está en los cielos" (v.10). "Así pues, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños" (v.14). Y aun las dos parábolas que siguen tienen entre sus protagonistas a hermanos pequeños.

En Romanos capítulo 14 se habla de los débiles en la fe. ¿Qué vamos a hacer con ellos? ¿Los vamos a excluir del cuerpo sólo porque son débiles? No podemos excluir a ningún miembro del cuerpo de Cristo. ¿Ustedes ven la actitud del Señor Jesús ante las gentes despreciables de sus días? ¿Se acuerdan cómo trató al paralítico de Betesda? ¿Se acuerdan cómo trató a la mujer encorvada? ¿Aquella mujer que tenía flujo de sangre? ¿Se acuerdan cómo sanó al ciego de Jericó? Él no dijo: "Llévenlo afuera y yo lo voy a sanar". Ni le dijo a Juan o alguno de los discípulos: "Condúzcanlo a cierto lugar". Lo que hizo el Señor fue tomarlo de la mano, caminó por todas esas calles de Jericó con el ciego de la mano, como haría un lazarillo. El Señor Jesús bajó tanto hasta ser un lazarillo, y sacarlo fuera de la ciudad. Había una gran multitud a su alrededor, y él fue de la mano con el ciego. Ese es el espíritu de Cristo. Ese es el espíritu que hay en la iglesia.

Cierta vez en un Retiro estábamos unos mil hermanos participando de la mesa. Mientras los hermanos pasaban a beber de la copa, algunos hermanos se ponían de pie para decir algún testimonio. Entre los hermanos, había algunos hermanos mapuches ancianos que no conocen bien el idioma español. Ellos son muy sencillos, algunos de ellos nunca han estado en la escuela. De pronto se puso en pie una ancianita -su nombre es Sofía Huenteñanco- y empezó a hablar en su lengua (mapudungun, lengua del pueblo mapuche). Y cuando ella iba hablando, toda la asamblea se quedó en un absoluto silencio. Nosotros no entendíamos lo que ella estaba diciendo, pero el Espíritu nos dio testimonio de que algo maravilloso estaba ocurriendo allí. Cuando ella terminó de hablar, muchos lloraban. Otro hermano, también mapuche, se levantó para traducir lo que ella había dicho. Y cuando nosotros entendimos lo que ella dijo, supimos por qué habíamos llorado.

Uno de los obreros presentes, Claudio Ramírez, que es un poeta, escribió posteriormente un poema en que trató de describir lo que ocurrió en ese momento. Lo que quiero decir al contar esta experiencia es cómo aún los miembros más pequeños del cuerpo tienen una maravillosa función dentro de la iglesia.

Pasó como un silbido suave y limpio
en toda la asamblea redimida.
Saltó de Rucacura al universo
el habla mapudungun de Sofía.
Salió la ungida voz de nuestra hermana:
como una nube se extendió el sonido
en la escogida multitud de santos,
diciendo esta palabra revelada:
"Si la carne es vieja y arrugado el cuerpo,
en el espíritu, la vida es nueva".

La boca de Sofía Huenteñanco
habló del corazón a los creyentes.
Del óleo celestial hasta lo sumo
dejó el olor de Cristo en el ambiente,
así la aurora se encarnó en la iglesia;
y en la materna lengua de su raza,
Dios trajo a los confines de la tierra
el goce del falerno de su gracia.

Y al final termina diciendo:

¡Pasó como un silbido en la asamblea:
saltó de Rucacura al universo
el habla mapudungun de Sofía!

Los miembros del cuerpo que más nos han asombrado y nos han conmovido en la vida de la iglesia, son los miembros pequeños y débiles. Los que no tienen escuela ni pretensiones. La pureza de la vida de Cristo fluye en ellos sin mezcla. ¡Bendito es el Señor!

La ley básica del cuerpo es el amor

En cuarto lugar: La ley básica del cuerpo es el amor. En el pasaje que hemos leído de Efesios, dice: "Siguiendo la verdad en amor", y al final de versículo 16: "recibe su crecimiento para ir edificándose en amor". El mayor mensaje, y la mayor ministración de Cristo, que los miembros del cuerpo pueden realizar, es el amarse los unos a los otros. Es un mensaje sin palabras que no necesita de Homilética ni hay subirse a un púlpito para decirlo.

La Escritura dice que el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones. Y ese amor no nos fue dado para que quedara encerrado en nosotros, sino que fue dado para expresarse. Fue derramado de Dios a nuestros corazones, y sigue derramándose desde nuestros corazones hacia el corazón de nuestros hermanos. La importancia y la razón de ser del amor es que sea derramado. No guardado, sino derramado. Siempre derramado.

Cuando la iglesia está cargada de este amor, suelen ocurrir cosas maravillosas. Muchos, con sólo entrar al lugar de reuniones, al ver cómo los hermanos cantan, cómo oran o dan testimonio, y cómo todo eso lo hacen en amor, han sido cautivados por el Señor.
Ellos han sentido una atmósfera muy especial, una atmósfera cargada de amor. La mirada, la sonrisa, el saludo, el abrazo, todo eso los ha cautivado. Yo creo que la sicología ha demostrado suficientemente que un niño se criará muy distinto si está apegado a su madre o no. Tiene que haber un contacto en la piel. Tengo que sentir al otro al lado. A veces hemos ido muy cansados y agobiados y encontramos a un hermano y él nos da un abrazo fraterno, y desaparece la tristeza. No hay palabras; sólo amor. El amor derramado. Eso es la iglesia. Es Cristo siendo ministrado de muchas maneras, de todas maneras. No sólo en las reuniones; también más allá de las reuniones.

Hay algunos hermanos que a veces no nos resultan muy agradables. Y a veces nos preguntamos: "¿Por qué el Señor habrá escogido a este hermano?" A lo mejor, él se pregunta lo mismo respecto de nosotros. Pero llega un día en que yo estoy tremendamente necesitado, mi corazón está quebrantado, y el Señor envía precisamente a ese hermano para que me ayude y me sostenga. Eso ha ocurrido muchas veces.

A veces ha ocurrido que alguien está enfermo en su casa. Nadie en la iglesia lo sabía. De pronto llega un hermano. El Señor lo envió. Él nunca pensó que ese hermano iba a venir. No fue toda la iglesia a ver a la hermana enferma. Pero cuando esa hermana llegó, con su presencia ella estaba diciendo: "La iglesia viene conmigo".

A veces los obreros hemos tenido algunos conflictos económicos. Hay que hacer algo y no tenemos los recursos. A veces estamos tentados a reclamarle al Señor por qué no tenemos recursos. De pronto, alguien se acerca y nos pasa un sobre con dinero, y nos quedamos pensando: ¿Y por qué tenía que ser este hermano? Él no es espiritual, ni es un hermano que tenga una gran simpatía. Y aún yo pensaba que era mezquino. Y de pronto, en ese sobre, veo toda la generosidad de la que nunca pensé que él era capaz.
Podría estar largo rato hablándoles de estas cosas. Porque la misericordia del Señor se ha derramado en este tiempo para conocer a Cristo como él es, y más que eso, para conocer la iglesia como el cuerpo de Cristo.

La gloria nuestra como miembros del Cuerpo de Cristo es que podemos ministrar Cristo a la iglesia, no importa cuál sea nuestra estatura, ni nuestra madurez. Todo somos ministros de Cristo, todos llevamos a Cristo sobre nuestra bandeja, y a todos podemos saciar de cualquier necesidad. Y si mañana estamos nosotros necesitados, podemos estar seguros de que Dios enviará a otro miembro del cuerpo para que nos ministre a Cristo a nosotros.

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