miércoles, 27 de mayo de 2009

Juan A. Mackay: Misionero y misionólogo

Juan A. Mackay:

Misionero y misionólogo

John Sinclair

DURANTE EL AÑO en curso se publicará la primera biografía de Juan A. Mackay, La mano y el camino, escrita por John H. Sinclair, discípulo y amigo de "el Maestro," como se acostumbraba llamarle. Por gentileza del autor, Misión ofrece en este número el siguiente resumen de un capítulo de este libro.

En 1989-1990 se conmemora el primer centenario del nacimiento de Juan A. Mackay, misionero, teólogo, misionólogo, educador y ecumenista renombrado de este siglo. El doctor Mackay, por sus libros El Otro Cristo Español, El sentido de la vida, Más yo os digo y Prefacio a la teología cristiana, dejó su impacto profundo sobre dos generaciones de líderes evangélicos en América Latina. Los esposas Mackay llegaron al Perú en 1916 como jóvenes misioneros, enviados por la Iglesia Libre de Escocia (presbiteriana). Fundaron el Colegio Anglo-Peruano (ahora Colegio San Andrés) de Lima. Durante dieciséis años trabajaron en Lima (1916-1925) y con la Asociación Cristiana de Jóvenes en Montevideo y México (1925-1932).

En el año 1936, el doctor Mackay llegó a ser presidente del Seminario Teológico de Princeton. Según el historiador Lefferts Loetscher, "Mackay fue el segundo fundador del Seminario de Princeton." Durante los años de su presidencia (1936-1959) y durante su larga y fructífera jubilación (1959-1983), Juan A. Mackay tuvo una influencia marcada en la renovación teológica y misionológica del mundo cristiano. Miles de sus estudiantes y lectores tienen una inmensa deuda de gratitud por la vida y obra del doctor Mackay.

A. Mackay: el misionero

En la introducción de El sentido de la vida (1931), Juan Manuel Villarreal escribió cómo un estudiante de su época recordaba a "este escocés enamorado de Cristo:"

Su propia devoción por la figura del galileo le ha contagiado esa capacidad de enseñar con amor que José Enrique Rodó exigía como cualidad cardinal del verdadero maestro ... Si algunas veces la voz se tornaba tajante como acero toledano para repudiar las maldades de los hombres, otras, y eran las más, tenía la serena dulzura del consejo. Y mientras las palabras aleteaban entre nosotros como halcones del altanero vuelo, los ojos azules del doctor Mackay nos calaban el alma, escudriñando nuestra intimidad más auténtica.1

Así dejaba Mackay, "el escocés enamorado de Cristo," un impacto inolvidable sobre una generación de estudiantes universitarios del continente entre los años 1926 y 1932.

La temprana formación espiritual de Mackay

Juan A. Mackay se formó dentro de una pequeña denominación presbiteriana, la Iglesia Presbiteriana Libre de Escocia. Fue un pequeño grupo de las montañas del norte de Escocia, mayormente de habla gaélica, que se separó de la Iglesia Libre de Escocia en 1893. La Iglesia Libre se había separado de la Iglesia de Escocia (la iglesia oficial) en 1843. Una costumbre de los "presbiterianos pequeñitos," como otros los llamaron, fue el cantar solamente de Los Salmos... De modo que Mackay se formó en un ambiente ultraconservador, de tradición pietista y de espíritu sectario. Mackay dejó la Iglesia Presbiteriana Libre a los veinticuatro años de edad cuando llegó a ser candidato para el ministerio de la Iglesia Libre de Escocia. Dejó el sectarismo de la Iglesia Presbiteriana Libre pero nunca abandonó la herencia de la fe evangélica y cristocéntrica que recibió de su hogar y su congregación en Inverness.

Mackay experimentó un despertar espiritual y una conversión pro funda a la edad de catorce años. Sucedió durante una de las celebraciones de la Santa Cena en el verano de 1903, en un lugar en las montañas llamado Rogart. La Iglesia Presbiteriana Libre celebraba estas asambleas de cuatro o cinco días en el verano. Las reuniones combinaban horas de estudio bíblico, predicación por laicos y pastores, compañerismo entre las familias y la celebración de la Santa Cena. La costumbre era celebrar la Santa Cena al aire libre por grupos sentados en las mesas preparadas.

En el año 1974 a los ochenta y cuatro años de edad, Mackay volvió a contar la experiencia de su conversión en una entrevista con el pastor Gerald Gillette:

Esto es lo que yo llamo "la imposición de la Mano de Dios" sobre mi vida. Yo tenía catorce años de edad cuando me sentí asido por Dios... Mi madre y yo asistíamos a una asamblea en la parroquia de Rogart. Las reuniones se celebraban sobre la falda de una colina porque no había suficiente espacio en la capilla para recibir tanta gente. Fue en el culto del sábado en aquella loma que sucedió la experiencia más grande de mi vida. Durante la noche antes del culto de comunión me sentí agobiado por mi propia necesidad de Dios. Repetía, "Señor, ayúdame; Señor, ayúdame; Señor, ayúdame". Fue en aquel lugar de Rogart que sentí que Dios me hablaba durante el culto. Parecía oír las palabras, "Tú, también, serás predicador y tú ocuparás aquel púlpito".

De modo que después del culto de preparación y antes de la comunión fui caminando por una senda escarpada en las montañas lleno de éxtasis. Hablaba con Dios, mirando a las estrellas. De repente Dios se hizo presente en mi vida... de veras yo tenía una misión en la vida. Pensaba encontrarme en otro mundo y relacionado con lo divino...2

Durante su juventud, cuando estudiaba en la Academia Real de Inverness y la Universidad de Aberdeen, Mackay se dedicó al cultivo de su vida devocional, nutrido por los libros de Samuel Rutherford, David Brainard, Jonathan Edwards, Henry Martyn y otros. Empezó a llevar un diario de vida donde escribió hasta tres veces al día sus pensamientos sobre pasajes de la Biblia, oraciones y experiencias personales. La familia Mackay ha conservado los cinco preciosos tomos de los diarios de vida que Juan Mackay escribió entre 1907 y 1915. En estos diarios de vida se ven reflejados sus momentos de pesimismo y de dudas, pero también los de alabanza y de triunfo. Se nota también una cierta dimensión del misticismo de Mackay que ha marcado todos sus escritos y pensamientos.

Una influencia definitiva en su formación fue la participación en la congregación bautista de Gilcomston en Aberdeen durante los años universitarios. Esta congregación tenía un ardor de evangelización hacia la ciudad y una comprensión amplia del desafío misionero en el mundo. Por medio de esta congregación y los compañeros de estudios Mackay llegó a participar en el Movimiento Estudiantil de Voluntarios (SVM) que le ofreció las oportunidades para oír a los líderes misioneros destacados de su época: Robert E. Speer, John R. Mott, Samuel Zwemer y otros.

Durante toda su larga vida, Juan A. Mackay mantuvo una disciplina espiritual cotidiana. Esta peregrinación de devoción personal, nutrida en particular por la lectura diaria de los Salmos, fue una fuente constante de renovación espiritual durante toda su vida.

El ministerio de Juan A. Mackay fue indudablemente cristocéntrico. Para él, la religión cristiana tiene su inspiración en una persona: Jesucristo. La vida sólo puede realizarse por medio de un compromiso con Jesucristo, el crucificado y viviente, en quien, como la verdad personal, puede ser manifestado a la humanidad como la luz y la vida de Dios. Si Mackay tuviera "un santo," solía decir, habría sido Teresa de Avila por su devoción apasionante a Jesucristo. A pesar de ser critico de Karl Barth en algunos puntos, Mackay dijo de Barth:

Para mí personalmente Karl Barth es el teólogo que ha considerado con más justicia la primera y más importante afirmación del Credo Cristiano, a Jesucristo como Señor.

Todos los que escuchaban a Mackay cuando oraba o hablaba en público notaban cómo podía hacer palpar la presencia divina de una manera personal e íntima. Para él, uno de los símbolos más significativos de la fe reformada fue la cimera de Calvino del corazón ardiente con el lema: "Mi corazón te doy, Señor, sincera y ansiosamente."

El servicio misionero en América Latina

En una carta que Mackay escribió a los exalumnos del Colegio Anglo-Peruano en 1927, se ve reflejado el énfasis que puso sobre "una transformación radical" como experiencia esencial en la vida:

La idea fundamental que he ido inculcando... es una que muchos de ustedes han escuchado a menudo de mis labios... que la búsqueda del Reino de Dios y su justicia, preconizada por Cristo en sus enseñanzas, es la pasión que debe inspirar el corazón de todo hombre verdadero. Cuando los hombres renuncian a sus egoísmos, dejándose guiar por el espíritu de amor que Cristo nos ha revelado en sus palabras y en sus hechos... la vida humana experimentará una transformación radical...3

Este énfasis sobre "una transformación radical" continuó siendo el punto céntrico de sus conferencias "sin culto" durante los años con la Asociación Cristiana de Jóvenes como evangelista continental. Mackay habló en más de treinta y cinco universidades en toda América Latina entre 1926 y 1932.

En un folleto intitulado ¿Existe relación entre la ACJ y la religión? (1927) subrayó la importancia de un encuentro personal con Cristo:

La ACJ atesora una experiencia religiosa que desea compartir con todos. Es la experiencia que viene al hombre que, encontrándose con Cristo, se rinde a El.4

En A los pies del Maestro (1930), un librito de meditaciones sobre "El Padre Nuestro," se ve otra vez la profunda comprensión de Mackay de lo que significa "una transformación radical" de la persona cuando se compromete con el Cristo vivo:

...Habremos de ir cada cual a las sombras de Getsemaní. En nuestras manos se pondrá un cáliz que estará rebosando de las amargas consecuencias inmediatas de la decisión de ser leales al Capitán de nuestra vida...5

En el año 1928, en la Segunda Conferencia Misionera Mundial celebrada en Jerusalén, Mackay tuvo la primera oportunidad para dirigirse a una asamblea misionera mundial como representante de la obra misionera en América Latina. En su discurso presentó dos principios de evangelización:

l. "Adquiera para sí el derecho de ser oído."

2. "Libere la presentación del mensaje de toda ceremonia tradicional."6

Mackay estaba hablando en estas palabras de su propia experiencia durante los doce años en que había servido como misionero, educador y evangelista en América Latina. Estaba convencido que un misionero extranjero que llegara a una nueva cultura, cargado con todo el bagaje y prejuicios de su raza y cultura, tenía que descargarse de aquellos estorbos, entrar de lleno en la nueva realidad cultural y comprometerse con los sueños de sus oyentes. Mackay ganó el derecho de ser escuchado como misionero en América Latina por los compromisos que había hecho con los sueños de los peruanos y otros latinoamericanos. También Mackay había aprendido a utilizar la misma estrategia de Cristo al acercarse a personas directamente, sin esconderse detrás de las ceremonias, ostentaciones y disfraces culturales. Mackay puso en práctica "la teología encarnacional" como evangelista en la tradición del apóstol San Pablo.

Mackay llegó a comprender que América Latina buscaba "El otro Cristo español," el Cristo que nació en Belén, no en Sevilla, y el Cristo de los evangelios. Escribió:

Se necesita una interpretación in novadora de la cruz y del Cristo crucificado para una evangelización fructífera en Sudamérica. Los sudamericanos han visto al Cristo español y al Cristo de Renán. Ninguno ha ejercido impacto sobre la vida. Los sudamericanos precisan un Cristo como personalidad creadora, tal como es el Gran Maestro de un amor transformador.7

Mackay mantuvo este énfasis sobre la regeneración de la persona en un discurso en el año 1943:

La Iglesia tiene que cumplir una tarea triple: regenerar a los hombres, facilitar comunidad para el hombre y arrojar luz sobre la vida. Lo primero es regenerar a los hombres. Esta es la tarea regeneradora de la iglesia. Esta consiste en rehacer la naturaleza humana por el poder de Dios de acuerdo con el patrón supremo de la vida humana que es Jesucristo. La tarea de renovar las almas, de crear nuevas personas en Cristo, es tarea principal de la iglesia. Su misión no es la creación de civilizaciones. El hecho de producir la semejanza de Cristo es la última meta de su logro espiritual. Así la iglesia es la cuna y no el arquitecto de la civilización... La iglesia existe principalmente para las almas...8

También vemos que Mackay marcó las pautas para el servicio misionero en cuanto a la creación de una comunidad cristocéntrica. En un artículo de 1935 escribió su propia perspectiva sobre la tarea misionera:

Los misioneros dejan su patria y su cultura para reproducir dondequiera que anden la comunidad de fe a la cual pertenecen, no en un sentido denominacional o sectario, sino que procuran crear una nueva comunidad la más cercana posible al modelo de Dios para la vida comunitaria de personas hechas nuevas en Cristo ... La formación de una comunidad cristiana autóctona es la meta del llamado misionero ... Una comunidad que no vive para sí, sino que existe para ser testigo de la Palabra de Dios en la persona de Jesucristo...9

B. Mackay: el misionólogo

Mackay nunca se refirió a si mismo como "misionólogo," pero de veras lo era. Se ve en muchas de sus obras como un pensador, que indaga el porqué y el cómo de la misión de Cristo. Si al "misionólogo" se lo define como "el que traza una teología de misión y planifica una estrategia para llevarla a cabo," Mackay fue un misionólogo destacado del siglo XX.

La misionología nace de la eclesiología

La misionología de Mackay se basa en su eclesiología, en un concepto de la iglesia como comunidad misionera mundial. En Ecumenics: Science of the Church Universal escribe:

Ser comunidad, aun la mejor, nunca puede ser un fin en sí, sea una koinonía neotestamentaria, sea aquella mística que los ortodoxos orientales han glorificado, o en la forma de unidad ecuménica buscada entre las iglesias. La iglesia, concebida como una comunidad mundial de Cristo, tiene que anhelar una meta en la historia más allá de ser un compañerismo santo. La iglesia no puede existir como una colectividad que conserva meramente "las verdades venerables" o "los principios morales exaltados," como decía Karl Barth. Por su lealtad a la Biblia y a las tradiciones y doctrinas eclesiales, la comunidad de Cristo tiene que evitar el peligro de glorificar a éstas como tesoros literarios que solamente contienen las fuentes de la ortodoxia y ofrecer temas para reuniones sobre "Fe y Constitución." La iglesia para ser iglesia de veras tiene que ser misionera por convicción y compromiso y ha de afirmar esta identidad con claridad en la política y programa que ella sigue...10

Mackay continúa con este tema de la iglesia universal como una comunidad misionera mundial:

Los líderes y los miembros de la iglesia son llamados por Cristo a seguirle sobre el camino a "la Ciudad que tiene fundamento"... Tienen que ser peregrinos, cruzados, pioneros sobre el camino del Reino... La misión de la iglesia esencialmente es ser una comunidad misionera para así vivir en las fronteras de la vida en todas las sociedades y en todas las épocas de la historia. La meta de la iglesia es llevar a cabo el propósito de Dios en Cristo para la humanidad. Los cristianos son llamados para hacer conocer el evangelio a todas las naciones y para vivir el evangelio en cada esfera y en cada aspecto de la vida terrenal.

Dios ha deseado que Cristo sea conocido, amado y obedecido por el mundo entero. Es su designio que todos los hombres lleguen a ser hijos de Dios y que vivan como ciudadanos dignos en su Reino. Es su voluntad que la barrera de separación sea derribada, que el exclusivismo indigno se acabe y que la humanidad sea renovada en Cristo.11

Para cumplir esta tarea, Mackay dice que la iglesia como una creación especial de Dios tiene que ser una comunidad que esté al servicio de Dios para cumplir su plan en la historia. Mackay basa su eclesiología en las imágenes bíblicas de la iglesia: el nuevo Israel, el rebaño de Dios, el edificio que Dios está construyendo, la esposa a quien Dios ama entrañablemente y el cuerpo de Cristo que simboliza la actitud funcional de la iglesia dentro de la historia.

La misionología: una comunidad en marcha

Mackay procede en el mismo libro a describir esta comunidad al servicio de Dios en más detalle:

Como comunidad es también un grupo de compañeros del Camino porque solamente como comunidad móvil y dinámica – una comunidad en marcha a todas las tierras y a todas las culturas – la iglesia puede cumplir su destino y lograr la misión que Dios le ha encomendado.12

Esta misma comunidad se nutre durante la ardua marcha por medio de la adoración. Por eso es "el altar de donde procede el ascua ardiente que inflama los labios con la pasión de amor para proclamar y vivir el evangelio de Cristo..."13

La iglesia cristiana como comunidad misionera también tiene que cumplir una misión profética en su peregrinación.

La vitalidad espiritual de la iglesia de Cristo no puede ser comprendida solamente por la cantidad de’ personas que llenan los templos para la adoración... La iglesia tiene que estar dispuesta a escuchar lo que Dios está diciéndole como ciudadanos de una nación en particular. En una palabra, la iglesia ha de ser profética. Tiene que estar dispuesta a responder a la Palabra de Dios, ser sensible a la voz de Dios y permanecer obediente a cumplir la voluntad de Dios. Es decir, exponer la vida entera del hombre a la luz de Dios.14

Esta comunidad caminante busca cumplir dentro de su misión una obra redentora. Cuando la iglesia se identifica con Dios como su instrumento, como su mayordomo, es decir, una administradora de su amor redentor, entonces la adoración y la profecía llegan a su expresión culminante. Es entonces que la iglesia verdaderamente glorifica a Dios, descubre su esplendor y cumple su propósito para la redención del mundo. Cuando la iglesia declara abiertamente y sin reserva que es "el cuerpo de Cristo," obediente a Aquel que es la Cabeza y, a la vez, la vida, la iglesia cumple su función redentora como "co-obrera" con Dios.15

Una declaración predilecta de Mackay fue una frase usada en la Conferencia Ecuménica de Oxford de 1937: "Que la iglesia sea la iglesia"

La totalidad de la declaración reza así:

Que la iglesia sea de veras la iglesia; que la iglesia conozca a su Señor; que la iglesia descubra la voluntad de él: que la iglesia se prepare para su servicio; y que la iglesia se entregue sin reservas a la tarea espiritual en un espíritu de unidad. Dios y la historia se encargarán de lo demás.16

La misionología: un diálogo entre la fe y la cultura

La misionología de Mackay empezó a formularse temprano en su vida por medio de su comprensión sensible de la relación entre la cultura y la fe; es decir, un diálogo abierto y una conversación "con amor." Mackay se preocupaba para entender las preguntas que la cultura hacía a la religión. En vez de empezar con la declaración de las respuestas que la fe ofrece a la cultura, el verdadero misionero espera y escucha los interrogantes de la cultura sobre la religión de ella. Por eso, la misionología de Mackay se basa en un diálogo constante, como propone Juan Luis Segundo en su idea del "círculo dialéctico" en que se establece una conversación auténtica entre fe y cultura.17

Mackay aprendió de Miguel de Unamuno la importancia de identificar los rasgos culturales esenciales de una cultura antes de proponer modificaciones en su forma de pensar y actuar. Una evidencia brillante de este método es el capítulo "El alma ibérica" en su obra maestra El Otro Cristo Español.18 Por ser sensible a la cultura iberoamericana, Mackay logró penetrar a fondo aquella cultura con el pensamiento cristiano evangélico. Habló de este método misionero como "el estilo encarnacional." Estaba dispuesto a acercarse con espíritu abierto a "convivir" con las realidades hispanoamericanas.

La misionología: comprometida y de participación

La misión de la iglesia es una obra de "acompañamiento" y de participación existencial sobre el Camino de la vida. La iglesia es "un compañerismo del Camino." En Prefacio a la teología cristiana (1941), Mackay utiliza dos figuras literarias: una de estas figuras, "el Camino," es netamente bíblica; la otra, "el balcón," es cultural en su origen. El presenta su teología de misión con estos dos temas: "El Camino Moderno a Emmaús" y "El balcón de Contemplación."

"El Camino Moderno a Emmaús"

Aquel camino y aquellos caminantes constituyen una parábola de lo que pasa en el pensamiento contemporáneo; el encuentro con el Otro, a la luz del atardecer, es a su vez una parábola del remedio que necesita para revivir, el mundo cristiano...19

...El Camino a Emmaús es el camino de nuestros tiempos... Nosotros, también, como aquellos discípulos habíamos soñado en una nueva edad, e igual que ellos, hemos saboreado la amargura de la desilusión. La cristiandad ha sufrido una desintegración. Millones de nuestros compañeros de camino se han separado de Cristo y de la civilización y las esperanzas cristianas. Una era ha llegado a su fin. Nuestro camino es el Camino de Emmaús. Un estado de tranquila desesperación ha llegado a dominar nuestro espíritu. Y la teología tiene hoy una nueva tarea, la de devolver a la vida su sentido, la de restaurar los cimientos sobre los cuales se construyen toda vida verdadera y todo verdadero pensamiento.20

La teología, los teólogos y los seminarios teológicos deben, por tanto, ser misioneros. No tiene hoy ante sí la Iglesia Cristiana una tarea misionera más importante que la tarea teológica. El entendimiento de los hombres debe ser iluminado, y sus corazones encendidos en fuego. De otra manera, nos enfrentaremos con una parálisis total del esfuerzo cristiano. Pero el teólogo que logre producir una mente iluminada y un corazón ardiente, es aquel que ha recorrido él mismo el Camino de Emmaús y ahí, a la luz del crepúsculo, se ha encontrado con Otro. En tal persona, el pensamiento y la acción cristianos serán una sola cosa. Obrará como hombre de pensamiento y pensará como hombre de acción.21

Dos perspectivas: del balcón y del camino

Para Mackay:

el balcón – esa pequeña plataforma de madera o piedra, que sobresale de la fachada, en las ventanas altas de las casas españolas e iberoamericanas – es el lugar en que la familia puede reunirse ... para contemplar ... todo lo que pasa allá abajo en la calle, o para ver la puesta del sol, o para extasiarse ante las estrellas de lo alto ... Por tanto, [es] símbolo del espectador perfecto, para quien la vida y el universo son objetos permanentes de estudio y contemplación ... Un hombre puede vivir una existencia permanentemente balconizada, aun cuando tenga físicamente la ubicuidad de un trotamundos. Porque el Balcón significa una inmovilidad del alma, que puede coexistir perfectamente con un cuerpo móvil y peripatético.

Mackay habla de esta perspectiva como una tentación constante para el pensador y misionero cristiano, el quedarse arriba en la contemplación y análisis de los males del mundo de abajo.22

Por el contrario, "el Camino," su bullicio, congestión y peligro, presentan al hombre otra perspectiva. El camino es el lugar donde la vida se vive intensamente, donde el pensamiento nace del conflicto y el serio interés, donde se presentan opciones y se toman las decisiones. El camino es el lugar de acción, de cruzada y de la vida real... En el camino se busca una meta y se corren peligros para alcanzarla.

Mackay nos advierte que no se interpreta el Camino en términos puramente materiales. "Muchos, cuyas vidas han transcurrido en el Camino, jamás han viajado muy lejos de su escritorio o su púlpito, su clínica del hospital o su banco de carpintero;" pero sí han andado mucho en el Camino de la vida. Para Mackay, "el Camino, como el Balcón, es un estado de ánimo."23

En estas dos figuras literarias, Mackay marcaba la pauta para una misionología comprometida y de participación. La iglesia es un compañerismo de los que viven sobre el Camino y no una compañía de observadores que pasan la vida lamentando los tristes sucesos en la seguridad del Balcón.

El cristiano no puede ser solamente el hombre contemplativo envuelto en su rapto, un soñador en su lecho o un Don Quijote perdido en sus libros de caballería andante. La obra de Dios se hace solamente sobre el Camino, junto con el Cristo resucitado. El cristiano como peregrino está buscando la perla de gran precio. Por eso Mackay afirma:

...Un hombre "existe" cuando para él lo eterno se convierte en un principio activo dentro de lo temporal. Cuando lo eterno produce en la vida de un hombre un impacto tal que, en su finitud, y en la situación concreta en que se halla, éste queda completamente dominado por dicho impacto en todas las fases de su ser, entonces ese hombre "existe," entonces realmente "pone pie" en el Camino.24

La misionología: confesional y a la vez ecuménica

La misionología de Mackay obliga a los que andan por el camino del compromiso y de la participación a que se mantengan dentro de su tradición confesional y a la vez dentro del movimiento ecuménico. Por tradición confesional se refería a las tradiciones reformada, luterana, pentecostal, anglicana, bautista, congregacional, ortodoxa y católica romana. Esta doble postura de lealtad a su propia tradición cristiana y también a la visión ecuménica requiere del cristiano una fe profunda y amplia en todas sus dimensiones.

Mackay escribe de su propia experiencia en su libro El sentido presbiteriano de la vida (1960):

Sin embargo, somos testigos del surgimiento de una paradoja. Al mismo tiempo que los presbiterianos y otros dirigentes cristianos se han consagrado a la promoción del movimiento ecuménico, han encontrado también que están pro moviendo, a la vez, el desarrollo de la solidaridad, a escala mundial, de las Confesiones a las que pertenecen.

Mas, al proceder así, ¿es que son hipócritas, ilógicos o irresponsables? De ninguna manera. Ambos intereses no son incompatibles. La verdad es ésta. No existe ninguna perspectiva para un ecumenismo vago e incoloro y con un común denominador ambiguo. No podemos pertenecer a la iglesia cristiana de un modo general, como tampoco pertenecemos a la raza humana en general...

Un antiguo proverbio español dice: "Un pájaro puede volar hasta el fin de la tierra, pero sólo forma familia en su propio nido"... El fenómeno que tiene lugar en el nido, allá en lo escabroso del risco o bajo algún árbol frondoso, quizás pudiera parecemos lento o monótono, o tal vez completamente ajeno a todo lo espectacular o dramático. Sin embargo, el proceso del nacimiento y del crecimiento no debe apresurarse, sino más bien obedece a su ritmo inexorable.

Por otra parte, existe siempre el peligro de que lo local se convierta en algo estrecho y exclusivista. Muy fácilmente una entidad local puede encerrarse en si misma y aislarse del mundo externo y consecuentemente mostrar hostilidad para toda influencia que pudiera amenazar la pureza de vida interna conservada con tanta satisfacción u orgullo...

Permítaseme ilustrar este fenómeno... haciendo uso de una parábola. En una abrupta región de las montañas de la antigua Castilla existe un pueblo formado por gente de baja estatura. Los hombres y las mujeres de ese pueblo han sufrido de raquitismo y de otros padecimientos que impiden el crecimiento humano. Algunos estudiosos... afirman que ese fenómeno observado en el crecimiento de esta gente, se debe a la falta de sol, el cual no alcanza a penetrar hasta lo escondido de sus viviendas. Otros creen que más bien se debe a que beben agua estancada.

Sin embargo, el escritor hispano, Unamuno, quien me refirió esta historia y quien visitó personalmente esa región, sostiene un punto de vista diferente. A juicio de Unamuno, la baja estatura de esas gentes se debió... al agua excesivamente pura de la montaña. Aquellos desdichados pobladores de esa región bebían aguas que no tenían las sales naturales de la tierra, especialmente el yodo, ese ingrediente indispensable en el agua potable. Unamuno hizo de esta historia la siguiente parábola:

"La persona que procura vivir sólo por categorías puras, se convierte en un enano."

Desgraciadamente ésta ha sido la actividad de muchos grupos cristianos entre las denominaciones y sectas de la iglesia universal ... Debemos admitir que las grandes confesiones o familias de iglesias tienen la llave para el futuro del movimiento ecuménico ... Aquellos que cierran su "olfato ecuménico" y rechazan a otros cristianos que creen que el Espíritu Santo hizo surgir la confesión a la cual pertenecen, pero que no obstante esto, están dispuestos a someter su tradición al constante escrutinio de la Palabra de Dios, de Cristo y de las otras tradiciones hermanas, aquellas personas ... acusan un desconocimiento de las formas de trato entre Dios y el hombre.

La declaración teológica que la iglesia universal debiera hacer suya no debe ser un sincretismo doctrinal o una mezcla teológicamente diluida. Es decir, que esa confesión no debe tener en su centro un denominador común, pálido y sin poder alguno. La iglesia cristiana jamás deberá apoyar una declaración de fe incolora, descarnada e invertebrada...

Mi alma presbiteriana ha amado y trabajado para la iglesia universal de mi Señor y Salvador Jesucristo... debido al impulso supremo al "sentido ecuménico"... y la deuda inefable que tengo para con otras iglesias cristianas.25

Esta posición misionológica de Mackay a través de los años le gano el respeto y confianza dentro de las familias confesionales. En particular, fue factor indispensable para el éxito que tuvo como presidente del Consejo Misionero Internacional y otras comisiones ecuménicas sobre estrategia misionera. Mackay respetaba de veras las herencias espirituales de las diferentes confesiones del cristianismo y por eso pudo ser líder entre ellas para buscar un ecumenismo auténtico.


NOTAS

1. Juan Manuel Villarreal en la introducción de El sentido de la vida... y otros ensayos, Presencia, Lima, 1988, cuarta ed., pp. 22, 24.

2. e una historia oral contada por el doctor Gerald W. Gillette, 1 de febrero de 1974. Esta historia oral y cuatro más se encuentran en The Presbyterian Historical Society en Filadelfia, Pensilvania.

3. Carta a los exalumnos del Colegio Anglo-Peruano, publicada en The Leader, noviembre-diciembre, 1927.

4. ¿Existe relación entre la Asociación Cristiana de Jóvenes y la religión?, Asociación Cristiana de Jóvenes, Montevideo, p. 20.

5. A los pies del Maestro, Asociación Cristiana de Jóvenes, Montevideo, 1930, p. 9.

6. Cita de un discurso de Juan A. Mackay en la Segunda Conferencia Misionera Mundial, Jerusalén, Vol. VII, 1928, p. 91.

7. 1bíd., p. 93.

8. Cita tomada de un discurso al Consejo Nacional de Iglesias de Cristo, Nueva York, 1943.

9. "The crucial Issue in Latin America" en Missionary Review of the World, 1935, pp. 527-528.

10. Cf. John A. Mackay, Ecumenics: The Science of the Church Universal, Prentice-Hall, Inc., Englewood Cliffs, N.J., 1964, pp. 50-52.

11. Ibíd., p. 52.

12. Ibíd., p. 1 16.

13. Ibíd., p. 138.

14. Ibíd., p. 162.

15. 1bíd., p. 175.

16. Cf. Informe de la Conferencia Ecuménica de Oxford de 1937.

17. Cf. Juan Luis Segundo, Liberación de la teología, Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, 1975.

18. Cf. Juan A. Mackay, El Otro Cristo Español, Casa Unida de Publicaciones, México, 1989, capítulo primero, pp. 31-49.

19. Juan A. Mackay, Prefacio a la teología cristiana, Casa Unida de Publicaciones, México, 1946, pp. 910.

20. Ibíd., pp. 11-12.

21. Ibíd., p. 34.

22. Ibíd., pp. 37-38.

23. Ibíd., p. 38.

24. Ibíd., p. 57.

25. Cf. Juan A. Mackay, El sentido presbiteriano de la vida, pp. 303-306.


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